Un hada vasca en Barajas

03.05.2024

Llega a Barajas muy temprano. Se dirige al lugar donde suele comer y, con calma, elige el vino. La gira de presentación ha sido un éxito rotundo, y el regreso merece ser acompañado de un buen tinto y una rica comida. Mientras almuerza, observa la fila de viajeros y se entretiene imaginando historias para cada uno. Cuando llega el momento, despacha el equipaje y entra en la sala de preembarque.

Se detiene frente a un ventanal y deja que su imaginación vuele libremente. Contempla el cielo: una nube le evoca una playa bañada por olas. El recuerdo lo transporta a Gesell, la Villa, muchos años atrás. Frente a un fogón, observa embelesado a Gabriela tocar la guitarra. El momento parece suspendido en el tiempo: ella, con su melena ligeramente agitada por el viento, es todo lo que existe. Él parpadea, y el recuerdo se desvanece. Se pone de pie y comienza a caminar.

El nombre de Gabriela resuena en su mente mientras camina. Su recuerdo se vuelve más nítido: la época en que intentaron escribir juntos un cuento. Era una alegoría del amor, centrada en un hada vasca que tomaba forma humana al enamorarse de un joven revolucionario. La idea encajaba perfectamente en el espíritu de aquel 1968. Nunca avanzaron más allá de los nombres de los personajes: Lamiñak, el hada, y Augusto, el idealista. Pocos meses después, sus caminos se separaron. Después acá se instaló el horror y Gabriela pasó a integrar la lista de desaparecidos. A partir de allí su consuelo fue pensar que ella habita en el territorio de las hadas buenas. Él, por su parte, se fue del país y recorrió muchos caminos antes de llegar hasta este punto.

De vuelta al presente, se acerca a las puertas de embarque. En una de ellas el cartel anuncia un vuelo a Irlanda. Mientras observa a los pasajeros reunirse, una joven sentada en el suelo capta su atención. Un escalofrío lo recorre: su parecido con Gabriela es asombroso. La mira con tal detenimiento que ella lo nota y levanta la vista. Avergonzado, desvía la mirada, pero no puede evitar observarla nuevamente. Esta vez, con el mayor disimulo posible. Ella lo advierte y, pensando que aguardan el mismo vuelo, le sonríe, como quien se solidariza con la impaciencia.

Empujado por los recuerdos, se acerca a la joven. Comienzan a conversar. Ella le cuenta que es vasca, de Deba, que es violinista y que viaja a Irlanda para unirse a una orquesta de música celta. Él le dice que su parecido con alguien que conoció es sorprendente. Hablan un rato largo, el tiempo parece detenerse.

De pronto anuncian la partida del vuelo y la joven se dirige a la fila de embarque. Antes, se despide con un beso en la mejilla. Él, todavía conmovido, la observa alejarse. De repente, ella se detiene, saca un libro de su bolso y corre hacia él. Se lo entrega con una sonrisa rápida y regresa a la fila. Él, aún atónito, tarda en mirar el libro. Cuando lo hace, lee el título: La Lamia enamorada (Leyendas de hadas vascas)

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