Sobre la vida, ese río circular

19.08.2024

Durante mi niñez, en el patio de la casa de Banfield, mi tía abuela Pilar me contaba historias. Unas veces hablaban de Deba (su pueblo natal en el País Vasco), de su perfeccionamiento en el estudio del violín en Bilbao y otras de las aventuras viajeras de su hermano (mi abuelo materno), de su trabajo como veterinario en el hipódromo de Londres, de cómo llegó tarde a Southampton y no pudo embarcar en el Titanic (tenía pasaje), de su regreso a Morata de Tajuña para ejercer su profesión, de cuando se convirtió en el Alcalde Republicano de ese lugar, de la panadería que abrió vendiendo el pan a un precio que estaba al alcance de los pobres, de su exilio a México, del posterior regreso y de la condena a muerte. También incluía en sus relatos la salida junto a mi madre hacia Francia al final de la guerra y del tiempo en el Campo de Argeles sur Mer. Ella me dibujaba en una hoja la bandera de la II República Española y me explicaba el significado que tenían cada uno de sus colores. Ya en mi juventud, en la casa de Tandil, disfrutaba de charlar con ella después de almorzar antes de regresar a mi trabajo en el diario Nueva Era. Recuerdo la alegría que le produjo cuando a principios de 1969, en su último cumpleaños, le regalé un long play de Rolando Alarcón con las canciones de la guerra civil que encontré en una disquería de la Avenida Corrientes. En octubre de ese mismo año se fue apagando lentamente en su cama; después de almorzar yo me sentaba a su lado durante un rato y le agarraba la mano. Una tarde, apretó la mía suavemente unos segundos y después su vida se apagó; pero lo que no se apagó y quedó resonando en mi memoria fue su cariño, las enseñanzas que me dejó, el sonido de su voz y sus relatos.

La vida siguió su curso, cuatro años después me casé e inicié un camino de trabajo que nos llevó a vivir en distintas ciudades del país y a trabajar en distintas empresas. La naturaleza de mis tareas estaba estrechamente vinculada con la palabra ya que me dedicaba a la capacitación. La vocación de escribir permaneció a la espera durante toda mi carrera laboral y un día, a la luz de un acontecimiento no deseado, salió de las penumbras y comencé a escribir mi primera novela: Espejos de dolor. El punto de partida de su escritura fueron aquellos relatos de mi tía abuela que recuperaron la voz y puse en palabra escrita una historia que atraviesa años y geografías, buena parte de ella se ambienta en Morata de Tajuña. Las coordenadas de la casualidad y la causalidad coincidieron de tal modo que a poco tiempo de haberla editado me invitaron de la Biblioteca Municipal de ese lugar para presentarla en su primera feria del libro. Así fue como, con parte de su historia en mis manos, llegué al pueblo de mi madre y mi abuelo y me vi inmerso en un mar de emociones y de respuestas a viejas preguntas. Entre todas hubo un sentido momento en el cual me hacían saber que a mi abuelo lo llamaban el padre de los pobres y otro en el que una mujer del lugar me regaló su bandera de la II República, la que llevaba a las marchas. Regresé cargado de emociones y recuerdos en el alma y en mi valija, entre ellos esa bandera.

Unas semanas atrás mi nieto mayor me dijo que la profesora de historia les había pedido un trabajo sobre Franco y su papel en la guerra civil. Le ofrecí mi ayuda y procuré oficiar de una buena fuente. Unos días antes de la presentación vino a casa para finalizar la tarea y estuvimos varias horas trabajando, en un momento recordó que yo tengo esa bandera y me dijo que habían pensado en usarla en la charla como algo representativo de la época. Diciéndole que además esa bandera se había constituido en símbolo de una esperanza, se la ofrecí. La aceptó, y con la misma en una bolsa y unas hojas con apuntes regresó a su casa.

Hoy temprano recibí un mensaje de él saludándome por mi cumpleaños y a renglón seguido otro en el que me dice que le fue muy bien en la presentación y me adjunta la foto que encabeza este artículo. Me quedé un largo rato pensando en espejos y circularidades, en el largo alcance que tienen algunos acontecimientos y en las indelebles huellas que dejan.