Sobre la identidad y los intrincados senderos de la búsqueda

Mi madre nació en España y, en aquel crudo invierno de 1939, al final de la Guerra Civil, cruzó los Pirineos junto a mi tía abuela. Luego de varios años de penurias y campos de concentración, vinieron a Argentina una vez terminada la Segunda Guerra Mundial. Aquí conoció a mi padre, primer hijo argentino de inmigrantes italianos; se casaron y nací yo. No conocí a mis abuelas ni a mis abuelos. Felizmente, ese lugar fue llenado con creces por esa tía abuela, una entrañable vasca de Deba que pobló mi infancia con relatos sobre su patria y el precio de aquel duro exilio del que nunca regresaron.
Pasados los años, cuando la ley lo permitió, tomé la ciudadanía española y, con Espejos de dolor, mi primera novela, como adarga, anduve caminos por España en lo que llamé el contraexilio. Si bien esto completó sobradamente media historia de mi identidad, siempre quedó pendiente conocer la otra mitad.
Mi padre, primer hijo de su familia nacido en Argentina, habló poco de sus padres. Vaya uno a saber por qué; las razones quedaron ocultas en sus silencios. Lo único que supe es que habrían nacido en algún pueblo cercano a Nápoles y que, como tantos italianos, emigraron a Argentina a principios del siglo XX. Esta búsqueda identitaria quedó atrapada en el discurrir de la vida y entre mis responsabilidades, convirtiéndose durante mucho tiempo en una asignatura pendiente.
Con el tiempo, el entusiasta anhelo de mi hijo por conocer el lugar de nuestro origen italiano renovó mis ganas en el mismo sentido. Así fue como, durante más de veinte años, acometimos juntos un sinfín de tareas de investigación. Esperanzados, viajamos a la provincia de Santa Fe, donde primero en Arroyo Seco y luego en Rosario se radicaron mis abuelos. Allí conseguimos las partidas de defunción de mi abuela y mi abuelo, pero en el lugar de nacimiento solo decía "Italia".
De todos modos, obtuvimos los apellidos de la madre de mi abuelo: Roberto, del padre de mi abuela: Ricciardi, y de su madre: Santoro. Creímos que estos datos serían clave para dar con el lugar, pero nada: todos los caminos que recorrimos en ese sentido fueron en vano.
En 2019 viajamos con mi esposa a Nápoles. Con más ilusión que certezas, fuimos al registro civil con la esperanza de que esos datos figuraran en los registros de la ciudad o la provincia. Lo único que obtuvimos fue la promesa del empleado que nos atendió amablemente, quien nos dijo que, si averiguaba algo, nos lo haría saber.
Sabíamos que mi padre tenía un hermano mayor, Gaetano Romano, nacido en Italia. Lo conocí durante mi niñez en nuestras visitas a Rosario, donde vivió hasta su muerte. Con la misma lógica, buscamos allí su partida de defunción, pero nunca dimos con ella. Pensábamos que, si en la misma figuraba su pueblo de nacimiento, era casi inevitable que este fuera el de mis abuelos o, en el peor de los casos, de uno de los dos.
Cuando ya resignados estábamos a desistir de la búsqueda, descubrimos que mi tío Gaetano no había fallecido en Rosario, sino en un pueblo de Córdoba llamado Capilla del Monte. Mi hijo solicitó su partida de defunción para ver si en ella figuraba el lugar de nacimiento. Semanas después, me llamó y me dijo que me sentara para escuchar la noticia: ¡habíamos encontrado el lugar! Con la voz quebrada por la emoción, pronunció el nombre del pueblo: Castelfranci, una pequeña localidad en la provincia de Avellino. Aquella llamada tuvo forma de emocionado abrazo; parecía que más de veinte años de búsqueda estaban llegando a su fin. Ahora, el desafío era conectar con ese pueblo.
Después de varios intentos fallidos, logré contactar en Facebook con un habitante del lugar, quien generosamente se acercó al Ayuntamiento para averiguar lo que pudiera. Días después, me envió un correo en el que me contaba que solo había encontrado la partida de nacimiento de mi abuela, donde figuraba la dirección de su casa paterna, presumiblemente el lugar donde nació. Esto nos produjo la alegría de saber que en Castelfranci estaban nuestras raíces italianas, pero nos dejó con el sinsabor de lo inconcluso y el afán de visitar el pueblo.
Mientras tanto, alojé a Catelfranci en Resolviendo silencios, la última novela que escribí y que permanece inédita. En ella, el personaje central es un inmigrante italiano nacido en ese pueblo que llegó a Argentina siendo niño.
Este año, el anhelo de conocer Castelfranci y dilucidar si mi abuelo nació allí o en algún pueblo cercano, como Montemarano, Parolise o Paternopoli, podría hacerse realidad. Ojalá...