Sobre la amistad, la poesía y los caminos

Daniel, ese hermano que con forma de amigo me regaló la vida, recorría rutas al igual que yo como representante comercial de la misma empresa. Con funciones distintas, cada uno viajaba en un auto diferente. A pesar de ello, convocados por la entrañable amistad que nos unía, casi siempre nos juntábamos en alguna localidad en la que se cruzaban nuestros caminos.
Eran tiempos en los cuales la angustia merodeaba en las esquinas. Cenando en algún restaurante de las ciudades donde coincidíamos, mientras soñábamos proyectos, él me mostraba sus últimos poemas, que movilizaban mis ganas escritoras. Eran encuentros en los que celebrábamos la amistad.
En esa celebración, él hablaba con nostalgia de sus entrañables amigos músicos y poetas. Así resultaba que, de repente, César Isella, Hamlet Lima Quintana o Armando Tejada Gómez se sentaban imaginariamente a nuestra mesa y la poblaban de poesía.
Pasados los años, al influjo de alguna circunstancia que mueve la nostalgia, me llega algún eco de aquellos encuentros y me asaltan las ganas de refugiarlos en un poema o en un relato. En otras ocasiones, como esta, me viene desde el corazón alguno de sus poemas, y lo comparto para que, al igual que él, sea un pájaro en vuelo:
Mi niñez y la siesta
Entonces los gorriones
se quedaban callados
sin una melodía.
Sobre todos los patios
y sus enredaderas
latían treinta grados.
Quien pensaba en romperla
sí afuera era el verano
y el aire iba cansado.
Sin embargo, nosotros,
Coco y yo, los amigos,
volteábamos la siesta
y los higos de enfrente
como un fuego sagrado.
Daniel Abelardo Prado (Cosquín, Córdoba, 1940-1984)
Este poema está incluido en el libro que, con mucho esfuerzo y pasión, Daniel editó. Todavía recuerdo la emoción que tenía cuando me trajo de regalo un ejemplar. Se trataba de una pequeña edición que, como reza en la dedicatoria, era solo para amigos.