Hábito

Sube al vagón y se detiene en medio del pasillo. Permanece en silencio un instante, como reuniendo fuerzas. Su voz, tenue, suena como un grito ahogado; la desesperación retumba y se estrella contra la indiferencia. Es uno de tantos que, cada día, recorren el mismo destino. Se le nota auténtico: su dolor toma forma en el aire y queda suspendido, esperando un gesto compasivo, una respuesta.
El silencio que lo rodea lo obliga a alzar el tono. Su súplica se desborda, y su voz raspa el aire con una crudeza agotada por la repetición. Con un gesto lento, se pasa la mano por el cabello. Luego, apoyado en el bastón, espera la llegada a la siguiente estación, cargando consigo una esperanza obstinada.
Por un instante fugaz, queda flotando en el aire una nube de congoja. Pronto se desvanece, consumida por el hábito endurecido de ignorar el dolor.