El guardian de los sueños

06.02.2025

En ocasiones, voy a escribir al bar que está frente a las vías. Una tarde, entró un parroquiano, de baja estatura y cierta obesidad. Se sentó en la mesa de al lado y comenzó a leer un libro. Cuando pasa esto me asalta la curiosidad por saber qué está leyendo. En este caso me sorprendió ver que se trataba del Quijote. Durante un largo rato estuvo absorto en la lectura. Al levantar la vista me miró y aproveché para entablar conversación. Tenía curiosidad por saber por qué leía ese libro. Después de charlar un rato me dijo:

"—De niños, Alejo y yo jugábamos en las calles de tierra de nuestro barrio; siempre me maravilló la capacidad que tenía para inventar fantásticas historias. Con facilidad hilvanaba palabras que quedaban flotando en el aire como viñetas. En los primeros años de colegio, la afición al dibujo irrumpió en su existencia y entonces, el lápiz se convirtió en el perfecto instrumento para que sus historias cobraran vida. Cuando nos llegó el tiempo de la lectura, él se apasionó por las aventuras del Quijote, y pobló las hojas de sus cuadernos con la figura del ingenioso Hidalgo, pero andando por las calles de Buenos Aires. Ya en la universidad, su lápiz se hizo lanza, su pensamiento adarga y se lanzó a perseguir ideales que nacían en la ronda de cafés del viejo bar en donde nos reuníamos con nuestros compañeros, que él llamaba su castillo. Yo, cual fiel Sancho —figura que mi apariencia remedaba— lo seguía leal e incondicionalmente y lo arengaba permanentemente a tomar precauciones. En su afán de un mundo mejor, cada vez se arriesgaba más, sin tener en cuenta que lo que enfrentaba no eran inofensivos molinos. Cuando le tendieron la celada, lo atraparon y le hicieron pagar su rebeldía. Nunca les contó de mí, garantizando de ese modo mi vida con la suya. Hoy en día sigo cargando con sus sueños y nunca los abandonaré."

Dicho esto, guardó silencio. Pasados unos minutos, se levantó y, con paso cansino, se fue.