Desasosiego

La mañana era desapacible, como su vida. Encontró un banco y se dejó caer sobre él. Un débil sol de invierno abrió una ventana en las nubes y le ofreció apenas un poco de calor, un gesto casi piadoso. Levantó la vista, buscando una respuesta en el cielo, pero solo halló el peso del silencio. Suspiró y, en un gesto aprendido, apoyó la cabeza entre las manos.
Se arrebujó en un sobretodo encontrado en un contenedor y permaneció así largo rato. Luego hurgó en la bolsa donde guardaba sus escasas pertenencias y confirmó que el frasco de yerba estaba vacío, tan vacío como él.
El sopor crónico lo envolvió hasta que unas nubes insidiosas lo castigaron con una llovizna fría. El golpe de agua sobre su espalda lo hizo estremecer. Se paró y empezó a caminar.
Un último arresto de energía sacudió su espíritu. Decidió entonces liberar su cuerpo del peso de su alma muerta y lo entregó a las fauces de la locomotora.