De tanto en tanto

Fortunata ama cantar; siente que, cada vez que lo hace, abraza la vida. Su voz mitiga las penas, acerca a los enamorados, acaricia el alma de los que sufren y hace aflorar las sonrisas. Cada mañana espera con impaciencia subirse al tren donde, a cambio de unas monedas, despliega el arte que los dioses le regalaron.
Leopoldo ama la música; al rasgar las cuerdas, ve el alma de los viajeros, el ambiente se limpia, los enemistados se reconcilian y la alegría renace. Cada mañana, él también espera con impaciencia subirse al tren donde, a cambio de unas monedas, despliega el arte que los dioses le regalaron.
Fortunata y Leopoldo se encontraron en el último vagón del tren un día en que los dioses jugaban. Se reconocieron al oírse. Al unirse su arte, el paraíso abrió sus puertas, sus corazones se hablaron y sus emociones se fundieron. Desde entonces, nunca más se separaron.
Si alguna vez, al subir al tren que viene del sur, encontrás cantando a una muchacha sin brazos, acompañada por un muchacho ciego que toca la guitarra, sabrás que son Fortunata y Leopoldo. Sentite feliz por ese regalo del destino y disfrutá de su don, ya que desde que unieron su arte y sus vidas, solo bajan de tanto en tanto.