Clonación

03.05.2024

La circunstancia de haber cambiado de horario de trabajo hace que Gabriel, un joven licenciado en genética, de 33 años, se vea obligado a volver a su hogar en alguno de los últimos subtes del día. Esta situación lo incomoda un poco ya que llega tarde a su casa y dispone de menos tiempo para estar con su esposa Silvana, que está esperando su primer hijo. Lo único positivo es que esto le permite viajar cómodamente sentado, ya que los vagones circulan con media capacidad disponible. Este cambio de horario obedece a que la organización para la que trabaja le ha encomendado una investigación muy especial y confidencial, la que debe realizar después de las diecisiete horas, una vez que se haya marchado el resto del personal. Dicha tarea está relacionada con un ambicioso proyecto genético vinculado con la clonación, lo que le hace explorar las múltiples posibilidades que la reproducción de células ofrece: para fines terapéuticos, preventivos o reproductivos, llegando hasta quiméricas posibilidades de toda índole. No le escapa que esta línea investigativa o de pensamiento es atravesada por cuestionamientos éticos, morales, religiosos, filosóficos o existenciales y que genera con la misma facilidad, aprobación o rechazo.

Si bien en un principio se había sentido halagado con la designación y entusiasmado con el proyecto, hoy ya no lo siente de igual modo y algunas dudas comienzan a apoderarse de él. En realidad, algunos de estos cuestionamientos provienen de su propio análisis, pero los más fuertes se los hace su esposa, a quien le confiara el secreto a pesar de haber firmado un compromiso de confidencialidad. Silvana se opone con vehemencia a la manipulación de la condición humana que la clonación propone, y él no puede dejar de reconocer que muchos de los planteos que hace son bastante válidos. Sin duda, la actitud de ella está relacionada con una visión no científica del asunto, ya que ve las cosas desde otra óptica, teniendo en cuenta su condición de estudiante de Filosofía.

Gabriel, en virtud de su tarea de investigador, tiene muy desarrollado el hábito de la observación y el análisis. Así es que, en los viajes de regreso a casa, observa desde su asiento la actitud en la que cada uno de sus ocasionales compañeros de viaje se halla inmerso. En algunas ocasiones deja volar la imaginación y juega a adivinar qué estará discurriendo por la cabeza de esos pasajeros. En otras, fantasea con la idea de poner las mentes de unos en los cuerpos de otros, imaginando las reacciones que esto produciría. A algunos ya los reconoce como habituales ocupantes del vagón e individualiza qué leen y qué ropa usarán ese día. Tiene registrados a los meditabundos, a los que duermen todo el viaje, a los ansiosos y a aquellos que, vaya a saber por qué causa, transmiten un profundo abatimiento. De igual modo, ubica a los que suben vendiendo la más variada gama de artículos.

Entre todos, le presta particular atención a un joven de casi su misma edad que sube siempre en la misma estación. El joven en cuestión luce un aspecto de intelectual de los años sesenta, con pelo y barba larga, un aspecto desgarbado y una actitud que transmite paz y tranquilidad. Es habitual verlo subir al vagón con un colorido bolso de tela colgado al hombro, del que saca un lote de hojas; en cada una de ellas hay un poema de algún autor, conocido o no. Lentamente entrega una a cada uno de los pasajeros. Gabriel fantasea con la idea de que el joven vendedor de poemas transporta en ese bolso toda la poesía universal y que, en realidad, cada poema que entrega a los viajeros es previamente seleccionado por él, ya que sus versos se vinculan con alguna necesidad del alma del que los recibe. Así es como Gabriel, día a día, viaje a viaje, ha ido leyendo poemas de Guillén, Martí, Machado, Whitman, Espronceda, Pedroni y muchos otros más. Esta lectura le ha generado muchas y variadas sensaciones: amor, alegría, pena, esperanza, angustia, confianza, temor y, por sobre todo, dudas. Dudas acerca de su tarea vinculada a la clonación y la conveniencia de esta. Todo esto hace que espere ansioso cada regreso para ver qué poema le acercará el joven. Vale señalar que, a pesar del tiempo transcurrido, Gabriel jamás cruzó palabra con el vendedor de poemas.

Una noche ocurrió que el joven no subió en la estación habitual. Esto le produjo a Gabriel mucho desasosiego, que fue creciendo en la medida en que los viajes se sucedieron sin que hubiera más señales de él. En ese momento, se puso a pensar en las razones que hicieron que ese joven con su cargamento de poesía se cruzara en su vida. A partir de ese momento, Gabriel comienza a pedir permiso en el trabajo, a llegar tarde o salir temprano para, de ese modo, tomar el subte en otros horarios y ver si encuentra a su proveedor de poesía. Realmente extraña el cotidiano ritual de descubrir qué poema le entregará. Sus intentos para encontrarlo se vuelven infructuosos; parece que a aquel joven se lo ha tragado la tierra y ninguno de los pobladores de vagones y andenes sabe decirle algo de él.

Durante varias semanas siguió yendo y viniendo; le costaba resignarse a no encontrarlo. Finalmente, llegó un día en que no fue al trabajo y se quedó en su casa conversando con Silvana sobre todo lo que le estaba pasando, acerca del tiempo que llevaba buscando a aquel joven vendedor de poemas, de cómo la lectura de tantos poetas le había ido cambiando la perspectiva de vida, su mirada sobre las cosas. Entonces, encuentra una libreta en la que, sin darse cuenta, ha estado escribiendo frases, ideas, pensamientos que surgen a raíz de los poemas leídos. La hojea en silencio y comprende.

Así transcurrió la jornada. Cuando llegó el anochecer, le dijo a su esposa que saldría a caminar un rato para despejar la mente. Así lo hizo; durante un rato anduvo sin rumbo fijo, hasta que finalmente encaminó sus pasos hacia la estación de subte habitual. Una vez que llegó a ella, bajó con lentitud las escaleras observando que se marchaba uno; paciente aguardó en el andén la llegada del siguiente. Finalmente, la formación entró a la estación y abrió sus puertas. Como era habitual a esa hora, venía completo a medias. Gabriel subió al vagón, se detuvo en el medio, observó detenidamente a sus ocupantes, acomodó un colorido bolso de tela sobre su hombro, sacó de él varias hojas que contenían poemas de diversos autores y las empezó a entregar: de una en una, de mano en mano, a cada uno de los circunstanciales pasajeros...