Candelario

Candelario se levanta temprano, su desayuno es breve: más breve que su hambre.
Antes de partir abriga a su hijo con arropo de ternura, luego va hacia el frío con rebozo de amor. Una bofetada fría lo recibe al salir, el absorbe el golpe y con pasos de ancestro se dirige hacia el puerto. El color de su tez contrasta con lo celeste del alba, su sombra lo empuja hacia un magro jornal, en el muelle lo espera un lejano barco preñado de carga para mesas ajenas. Al llegar, su cuerpo se tensa frente a la estiba de bolsas, librará con ellas dura batalla, sabe que de su triunfo depende el crecer de su niño. A lo largo de la mañana sube y baja la rampa con mecánico andar, en cada bolsa que carga levanta el anhelo de una vida mejor. El sol del mediodía riega su piel con perlas brillantes que alimentan su sed, llega al descanso con cansancio de sueños, recibe la vianda y se aparta del grupo. Mirando de reojo la oculta en su bolso, será parte de la cena que compartirá en familia. En agobiante rutina cae la tarde desplomando en su espalda la cotidiana fatiga, con las últimas luces vuelve a su casa, su blanca sonrisa ilumina el camino. Al llegar, lo recibe un coro de vida, con fuerzas ocultas juega en el patio juegos infantiles. En ceremonia de amor comparten la cena, con melodía ancestral acuna a su hijo, su esposa lo mira con renovado arrobo. Luego, en sintonía vital, se encuentran sus gestos, la luna crece iluminando la escena, la oscura habitación se convierte en paraíso en el que ellos, felices, celebran el amor.
Candelario se duerme tarde, su descanso es breve: más breve que su cansancio.