Camino de Santiago

Hay caminos que se transitan con los pies y otros que además se recorren con el alma. Este es el diario de la travesía del Camino del Norte, junto a mi esposa. En ese recorrido, la libertad, la aventura, la simplicidad, la magia del andar y la inspiración de historias fueron protagonistas centrales. 

PRÓLOGO

En uno de mis viajes a España, llegué a Mondoñedo, Galicia, un encantador y hospitalario pueblo. Allí me crucé con un grupo de peregrinos que iban rumbo a Santiago. Al compartir con ellos un café en el bar El Peregrino, ubicado frente a la catedral, me impactó el entusiasmo con el que hablaban de la experiencia. Cuando ellos reanudaron su marcha, impulsado por lo que me habían transmitido, llamé a mi esposa para proponerle el desafío. Tal como lo hizo con cada aventurada propuesta que le hice a lo largo de los más de cincuenta años que llevamos juntos, ella aceptó de inmediato. Así fue como al año siguiente, una mañana de junio, partimos desde Irún para caminar los ochocientos quince kilómetros que tiene el Camino del Norte a Santiago.

Describir el Camino del Norte es una tarea muchísimo más difícil que caminar sus duros, magníficos y esplendentes ochocientos quince kilómetros. Son tantas las emociones y sensaciones que ofrece, tanto lo vivido, tantos bellos paisajes y tantísimos los momentos en los que nos abrazamos a ese maravilloso pájaro en vuelo que resulta imposible no revivir esa experiencia al estímulo de algún paisaje. Por más que me esfuerce, no creo que alcancen mis pretensiones de escritor para pintar esta experiencia con palabras. Y por si todo ello fuera poco, están esos sutiles guiños de la casualidad que nos cruzaron con personas que nos esperaban en algún cruce para conversar unos minutos con nosotros y acercarnos su relato, dejándonos luego con la pregunta entre los labios: ¿por qué nuestras coordenadas nos llevaron justo allí, en ese preciso momento?

No obstante, acometo la tarea de escribir este diario para contar cada una de las etapas de nuestro camino.


Etapa 1: De Irún a San Sebastián

finalmente llegó el momento tan esperado: ¡el inicio del camino en Irún!

Llegamos a esa ciudad en tren, desde Barcelona, el sábado 9 de junio al mediodía, esto nos permitió disfrutar durante la tarde de la gran hospitalidad de su gente para con los peregrinos. Irún tiene ese singular encanto de los pueblos fronterizos, el que te hace sentir que estás en tránsito, pisando en dos orillas, situación esta que se refleja en las aguas del río Bidasoa, que separa España de Francia.

Una vez alojados y a pesar de la llovizna salimos a recorrerlo. Tal como manda la tradición cruzamos el río hacia Hendaya por el puente, ese universal e inefable símbolo de unión. Y desde allí regresamos a Irún dando inicio simbólico a nuestro camino. Como hijo del exilio republicano que soy no pude evitar detenerme frente al escrito de la guerra civil.

Hicimos el recorrido que nos indicaron y, siempre con llovizna, llegamos a la Iglesia de Nuestra Señora del Juncal, nombre que de inmediato repiqueteó en mi memoria sensible y me llevó en el tiempo a la lejana calle de tierra en Tandil donde estaba mi casa paterna.

En la iglesia, un sacerdote nos estampó el primer sello en nuestras credenciales y con una sonrisa nos dijo que teníamos suerte ya que el domingo sería un día soleado. Pero a la vez nos señaló que seguramente tendríamos bastante lluvia a lo largo del camino. También nos dijo, después de conversar un rato, que estaba seguro de que disfrutaríamos mucho nuestro tránsito hasta Santiago. Buen pronosticador resultó el cura.

Con la ansiedad natural del momento cenamos muy temprano y nos fuimos a dormir para estar bien descansados el día siguiente. Ambos sentíamos que recorrer esos primeros veinticuatro kilómetros hasta San Sebastián nos daría una buena medida de nuestras posibilidades de hacer los más de ochocientos que tiene el Camino del Norte.

Con las primeras luces del domingo nos levantamos y luego de documentar el momento con una foto que nos tomó un guardia civil empezamos la marcha. Irún todavía dormía y solo nos cruzamos con algún ocasional transeúnte, como el señor de más o menos nuestra edad que se detuvo a conversar y que cuando le dijimos que habíamos venido desde Argentina se asombró felicitándonos, a la vez que nos decía que él también era peregrino. Nos despidió con el "¡Buen camino!" que tantas veces oiríamos durante cuarenta y cinco días.

Cruzamos la ciudad por el paseo de Colón dando comienzo a un gesto que nos acompañaría hasta Santiago de Compostela: la búsqueda de las señales ya sea una vieira o una flecha en un poste, en una pared, en una piedra, en un árbol o en el piso. Vale aquí un párrafo especial para estas señales, las mismas no solo tienen un valor orientativo, sino que además se constituyen en un abrazo que te contiene, haciéndote saber que está todo bien, una especie de guiño cómplice. Enseguida llegamos a las afueras de Irún. A esa altura nos llamó la atención la poca cantidad de peregrinos que iniciaban el camino esa mañana. Luego, a lo largo del día nos cruzaríamos con algunos, pero sin llegar a ser una numerosa cantidad.

Con gran entusiasmo acometimos la subida al Santuario de Guadalupe. Una vez allí, y con la vista al río Bidasoa, a Irún, Hendaya y Hondarribia se manifestó claramente algo que renovaríamos en cada etapa: la capacidad de asombro frente a la belleza de los paisajes y/o a la riqueza cultural. El sol, honrando el vaticinio del cura, nos acompañaba esplendente.

Luego de un breve descanso retomamos la marcha bordeando el monte Jaizkibel, un hermoso sendero a través de un bosque de robles y castaños estimulaba nuestro buen ánimo. Allí tuvimos nuestro primer diálogo con dos peregrinos que habían iniciado el camino en Irún: una joven ecuatoriana con su pareja, un alemán que no hablaba castellano. Nos contaron que solo iban hasta Bilbao. Nos volvió a sorprender el asombro que al igual que al señor de la salida de Irún les causó saber que nuestra pretensión era llegar a Santiago.

Nos despedimos de ellos y fuimos andando hasta empezar la bajada al muy lindo y pintoresco pueblo de Pasaje de San Juan (Pasaia Donibane). Al ser el mediodía de un domingo nos encontramos con un gran movimiento en el pueblo y nos costó encontrar sitio para comernos un bocadillo (sándwich). Luego de esto fuimos al embarcadero y tomamos la embarcación que en pocos minutos nos cruzó a Pasaje San Pedro.En ella iban pobladores del lugar, turistas, unos pocos peregrinos y algunos bicigrinos.

Luego de desembarcar acometimos una larguísima subida que nos costó unos buenos resuellos, pero que no empañó la fantástica belleza de esa costa cantábrica: nuestra capacidad de asombro se multiplicaba. Así llegamos al Faro de la Plata, a partir de este continuamos por un sendero que nos resultó espectacular por su tranquilidad y la belleza de las vistas a la costa. Cuando lo terminamos, un policía que estaba junto a su auto nos dijo sin que le preguntáramos nada que un poco más adelante había una fuente: es como si hubiera sabido que no teníamos más agua. Desde ahí fuimos descendiendo hasta San Sebastián con unas privilegiadas vistas sobre la bahía. Finalmente entramos por el paseo marítimo hasta el casco viejo donde estaba nuestro alojamiento. Bellísima ciudad es San Sebastian y la apuntamos para regresar alguna vez y dedicarle unos días. Frente a la dificultad que teníamos para ubicar la pensión nos encontramos con la solidaridad de la gente que con sus celulares nos orientaron para llegar. Un rato antes le habíamos enviado un sms (hicimos el camino sin roaming) al dueño de la pensión diciéndole que estábamos en la zona. Nos resultó muy divertido cuando dando vueltas a una plaza, buscando la calle en la que estaba, vimos a un señor que nos llamaba agitando los brazos: era el posadero que había salido a buscarnos.

Una vez acomodados en la pieza nos sentimos muy contentos, aunque los 24 kms se nos habían hecho 30, habíamos superado lo que para nosotros era el mayor desafío: ¡la primera etapa! Nos sentíamos muy bien y comenzábamos a pensar que íbamos a poder completar el camino, que llegar a Santiago sería posible.

Luego de la reconfortante ducha y con las primeras gotas de la lluvia, esa gran protagonista que nos acompañaría buena parte del camino, fuimos a cenar para reponer energías. Allí debutamos con lo que sería el menú que nos acompañaría cada noche: un primer plato, un segundo, postre y la gratificación de una botella de vino tinto.

Absolutamente felices por la primera etapa cumplida, y con el entusiasmo de acometer la segunda subiendo al Monte Igueldo, nos fuimos a dormir.


Etapa 2: de San Sebastián a Zarautz

Amaneció con el sol amenazado por un ejército de nubes que anunciaban segura tormenta. Afirmados en lo exitosa que había sido la primera etapa iniciamos con gran entusiasmo la marcha de salida de San Sebastián, bordeando ese despliegue de belleza que es la playa de la Concha. Por un hermoso paseo llegamos hasta el desafío del día: subir el Monte Igueldo. Aquí se nos presentó la primera gran tentación del camino: subir el monte por el funicular. Más allá de que debe ser un hermoso recorrido (lo dejamos para un regreso a Donostia que nos prometimos) y, como luego haríamos frente a cada tentadora oferta de suavizar la dureza de alguna subida, acometimos la subida, no nos arrepentimos, es una hermosa experiencia. En Igueldo, frente a su casa, un peregrino tiene dispuesta una mesa con botellas de agua y un sello, que aprovechamos para sellar nuestras credenciales. La subida al Igueldo es muy fuerte y en zigzag, pero no muy larga. Cuando llegamos al final apareció una compañera que durante muchas etapas del camino nos acompañaría: la lluvia. Preparados para la ocasión nos pusimos las capas que nos protegerían, a nosotros y a las mochilas. Anduvimos entre caseríos y senderos, Sara, que entiende de flores, comenzó a maravillarse con la belleza de las hortensias.

Continuamos por un camino de tierra que de a ratos se hacía angosto y seguimos subiendo hasta llegar a la linda ermita de San Martín de Tours andando también por un muy lindo camino medieval de piedra. De ahí empezamos a bajar hasta el pueblo de Orio. Ya hacía rato que la lluvia había arreciado y no mostraba intenciones de cesar en su empeño. Nosotros, a sabiendas de que marcharía junto a nosotros muchos de los kilómetros hasta Santiago, con canciones, creación de personajes y desafíos en el barro decidimos transformarla en amiga nuestra. Así, bajo la intensidad de nuestra nueva amiga, llegamos a la hermosa villa marinera que es Orio. En un bar frente a la ría, liberados de nuestras capas y del peso de las mochilas, repusimos fuerzas con un café con leche y unos bocadillos (sándwiches) de jamón que degustamos entre selfies y risas por lo que estábamos disfrutando en esta aventura tan largamente planeada y anhelada.

Con nuevas energías cruzamos el único puente sobre la ría y emprendimos los seis kilómetros que nos faltaban hasta la meta de ese día: Zarautz. La lluvia parecía decidida a llevarnos de la mano hasta ese lugar. En medio de viñedos de txacoli, ese delicioso vino vasco, recorrimos tres kilómetros en fuerte subida hasta un espacio para peregrinos. A esa altura, con varias horas de caminata, nos resultaba de entusiasmo saber que estábamos a unos tres kilómetros de Zarautz. Y hacia allí fuimos bajando con unas hermosas vistas de Zarautz y más atrás Getaria.

El cielo de Zarautz, en un claro gesto de hospitalidad vasca, le abrió paso al sol quien nos dio la bienvenida. Así, felices, entramos a ese fantástico pueblo. Pero este final de la segunda etapa contenía algo más que la alegría de haberla superado. Como sucedería después también en otros lugares, allí celebraríamos la ceremonia de la amistad ya que nos encontraríamos con Luisma, ese amigo con quien años atrás compartimos una página de escritores y que luego conocí personalmente en las presentaciones de mis libros en Deba. Una vez acomodados nos encontramos con él y su esposa Aran y compartimos un delicioso rato entre conversaciones y anécdotas de nuestras vidas. Uno de esos momentos que se atesoran en el lugar de los buenos recuerdos. Luisma, que en sus primeros años vivió en Argentina, en Rosario y San Jorge, un lindo pueblo santafecino, está escribiendo un libro sobre su niñez en este lugar. Desde el sitio de la amistad lo intimamos a que lo termine diciéndole que queremos ser sus editores, sabiendo que con esto estábamos sembrando la posibilidad de un regreso nuestro a las hospitalarias playas de su amistad y de Zarautz.

Finalizado un día lleno de emociones nos fuimos a descansar, felices por una nueva etapa superada sin problemas y con el alivio que la siguiente sería más corta ya que por la variante costera que pasa por Getaría solo iríamos hasta Zumaia.



Etapa 3: De Zarautz a Zumaia

Con los ecos del amistoso encuentro con Luisma y Aran resonando en nuestra memoria sensible acometimos la tercera etapa. La lluvia amaneció junto a nosotros y nos acompañó buena parte del recorrido, que no por corto careció de belleza. Empezamos a caminar bajo el agua, y el viento que soplaba empujándonos hacia atrás nos hacía fantasear con que Zarautz nos abrazaba, como queriendo retenernos. Con el recuerdo de las imágenes de la película Ocho apellidos vascos y con el deseo de visitar Getaria elegimos el paseo marítimo que une ambos pueblos. No nos equivocamos y disfrutamos mucho de ese trayecto. La lluvia volvía a estimularnos y, envueltos en nuestras capas, nos convertíamos en imaginarios personajes que la desafiaban cantando.

Una vez en Getaria, el pueblo de Juan Sebastián Elcano, recorrimos sus calles, sellamos nuestras credenciales en la Oficina de Turismo, donde con natural y hospitalario modo nos regalaron un momento de amena conversación. Luego nos pusimos un rato a cubierto de la lluvia en un bar donde tomamos un café, ya habíamos aprendido a pedirlo: "dos cafés con leche cortos de café"

Finalizado el descanso, retomamos el camino hasta que, andadas unas cuadras por una ruta, tomamos un desvío que nos llevó, subiendo, hasta el pueblito de Askizu, con su consabida iglesia y una fuente de agua su lado. Después de unos metros por una carretera tomamos por un sendero y empezamos a bajar. La lluvia, en complicidad con Zumaia, se replegó un momento para que el sol iluminara las bellas vistas que de ese pueblo y su puerto se ven a lo largo del descenso. Finalmente, cruzando el río Urola por un puente llegamos al centro. Una vez alojados salimos a buscar un reparador almuerzo, una vez más, el menú peregrino fue acompañado por la amable y hospitalaria charla de quienes nos atendían.

Dedicamos el resto de la tarde a recorrer Zumaia y a conversar con quienes nos ofrecían su diálogo, como ocurrió con la gente de la Oficina de Turismo donde sellamos las credenciales, y con los dependientes del supermercado donde compramos algo para cenar. Un conjunto escultórico en homenaje al diálogo (Elkarrizketa) y una escultura a la Aguadora cautivaron durante un rato nuestra atención y refugiamos sus imágenes en nuestra memoria y en la del celular. Frente a la estatua nos encontramos con un peregrino francés que había iniciado el camino en su pueblo de Francia. En una mezcla de francés y español charlamos un rato y después él siguió camino. Lo volveríamos a cruzar varias veces.

Llegado el atardecer nos fuimos a la pensión, descansamos un rato dialogando sobre lo vivido hasta ese momento y después dimos cuenta de las provisiones que habíamos comprado. Finalmente, con algo de cansancio, nos acostamos temprano. En lo personal me costó conciliar el sueño, la del día siguiente no sería una etapa cualquiera ya que finalizaría en Deba, el pueblo donde se originó mi familia materna allí nació mi tía abuela Pilar Pérez Zubizarreta que, hasta que partió a mis diecinueve años, no solo ofició amorosamente el papel de abuela, sino que tuvo gran responsabilidad en que yo abrazase con el tiempo el oficio de escritor.

No sería la primera vez que visitaría yo Deba, ya había estado allí en los dos años anteriores presentando dos libros míos que tienen al pueblo como protagonista. La idea del seguro reencuentro alrededor de una mesa, para celebrar la amistad con Eduardo, Raymundo, Alex y Jasone y la de volver a caminar por las calles ese querido pueblo dónde, frente a la farmacia que fuera de mi bisabuelo o al edificio de la casa en la que vivían, construcciones que aún están, resonarían una vez más los ecos de las voces familiares. En Deba comenzaría el exilio familiar que los llevaría a Morata de Tajuña donde nacerían mi abuelo y mi madre, exilio que culminaría con la dispersión familiar y la llegada de mi madre y mi tía abuela a Argentina después de la guerra civil, para que, en esa natural mezcla de italiano y española, naciese yo en Punta Alta. Finalmente, el cansancio se impuso y nos dormimos.


Etapa 4: De Zumaia a Deba

Este no era el inicio de una etapa cualquiera, no, de ninguna manera, significaba llegar a Deba, ese pueblo del País Vasco en el que se hunden raíces muy profundas: las de mi familia materna, que sin duda conforman una parte importante de mi identidad.

Sería la tercera vez que llegaría a ese entrañable pueblo, las anteriores habían sido para presentar dos de mis libros. Recuerdo la primera vez que llegué a la estación donde me recibieron afectuosamente. Pero este era un modo de llegar distinto: como peregrino y en compañía de mi esposa, entusiasmado por mostrarle las bellezas del lugar y hacerle conocer la hospitalidad de sus gentes.

Cargados de expectativas, amanecimos muy temprano y, luego de desayunar en el cuarto lo que la tarde anterior compráramos, cargamos las mochilas en nuestra espalda y acometimos la marcha.

En concordancia con los días anteriores la lluvia nos acompañó buena parte del camino. Cubiertos con las capas fuimos subiendo, al principio por un camino de cemento y luego de tierra, más bien de barro. Luego de un rato llegamos a un lugar llamado Elorriaga, después de bajar por una carretera nos topamos con una subida bastante dura. Más tarde, en una curva, cruzamos una tranquera y empezamos a subir por un camino de tierra. Allí se nos complicó la cosa, había muchísimo barro y era trabajoso avanzar, aunque era una etapa corta ya que habíamos partido en dos el tramo Zarautz-Deba se nos estaba haciendo pesada, pero nada menguaba nuestro entusiasmo por llegar. Así llegamos a Itziar, en las puertas de Deba. A partir de allí, como si fuera un gesto de bienvenida de mi pueblo ancestral, la lluvia cesó y un tibio sol nos acompañó. Siguiendo las flechas llegamos hasta los ascensores que bajan a Deba: fue una originalísima manera de ingresar al pueblo. Ya estaba yo en territorio conocido y al salir del ascensor caminamos un poco y le mostré el Palacio Aguirre, donde en 2016 presentara mi novela Pompilio Madrigal. Con la naturalidad del lugareño cruzamos el pueblo oficiando yo de guía de mi esposa, pasamos por el ayuntamiento y la iglesia hasta dirigirnos al paseo, sacar una foto al quiosco y finalmente cruzar el pasadizo para llegar a la Pensión Zumardi, mi casa en ese lugar.

Una vez desembarazados de la mochila nos comunicamos con mi amigo Eduardo García Elosua y fuimos a reunirnos con él en el Bar Izembe. Allí también nos reunimos con Raimundo y Jasone. Fue un reencuentro con buenos amigos donde la charla fue regada con un delicioso txacolí. Luego disfrutamos de un rico almuerzo donde la hospitalidad y la amistad se sentaron a la mesa acompañando la conversación.

Después del almuerzo decidimos ir con Eduardo a saludar a Alex Turrillas en Kaioia, su negocio. Otro reencuentro pleno de alegría en el cual la conversación recorrió todos los tópicos de las anécdotas y casualidades que nos unían con Alex, como la del hecho de que, como radioperador, el capitán del primer barco en que el embarcara había sido mi tío Ángel Pérez, o la de que seguramente su tío habría compartido momentos en México con mi abuelo como partes del gobierno de la república en el exilio y aquella acerca de cómo conociera yo a Isidro Lángara, aquel gran futbolista vasco. Con la felicidad de haber compartido una vez más un hermoso momento nos despedimos prometiendo nosotros una nueva visita, esta vez por más días.

El resto de la tarde lo dedicamos con Sara a recorrer Deba, mostrándole yo donde viviera mi bisabuelo y mi tía abuela Pilar y el lugar donde funcionara la farmacia que tenían. Finalmente compramos unas provisiones para desayunar en la pieza y nos acostamos temprano, al día siguiente nos levantaríamos a las 5 de la mañana, para enfrentar el desafió de una de las etapas más duras del Camino del Norte, la de Deba a Markina Xemein, 26 durísimos kilómetros.


Etapa 5: de Deba a Markina Xemein - Etxeberria

Antes de las primeras luces, y con la ansiedad de encarar el desafío ya estábamos en pie. Desayunamos rápidamente, cargamos las mochilas y salimos. El silencio de Deba a esa hora solo era alterado por el eco de nuestros pasos, y en nuestro interior resonaban cálidamente las voces del encuentro del día anterior.

Cruzamos el puente sobre el río, le dimos un último chau a Deba y nos adentramos decididamente en los primeros paisajes de la Gipuzkoa rural. Tal como habíamos leído, la etapa se presentaba como solitaria y pletórica de bellos paisajes y sonidos. Felizmente la lluvia nos estaba dando una tregua y un tibio sol nos sonreía.

La etapa nos predisponía al diálogo y entre conversaciones en las que predominaba el asombro por la belleza y la felicidad por haber tomado la decisión de hacer el camino, que reflejábamos en los videos que íbamos grabando, fuimos transitando un bellísimo sendero boscoso que iba ganando altura haciéndonos sentir el esfuerzo, esto no nos amilanaba, nos sentíamos pletóricos y llenos de energía. Luego de haber andado algo así como cinco kilómetros, llegamos al collado de Galabixogain donde está ubicada la Ermita del Calvario. Nos detuvimos allí un rato para descansar, comer unas pasas de uva que compráramos en Deba y a beber agua. Luego de ello, nos despedimos del mar al que no veríamos por unos días y encaramos hacia Olatz, lugar al que llegamos por un camino pedregoso. La vista del valle es preciosa, una clara postal de la belleza vasca.

A partir de allí comenzamos a subir decididamente atravesando el Monte Arno, el plano nos indicaba que debíamos ascender 300 metros, y verdaderamente estos se hacían notar, en algunas de las cuestas nos veíamos obligados a ir a un paso muy lento para no agotarnos y de tanto en tanto deteníamos la marcha para recuperar fuerzas y seguir subiendo, pero nada menguaba nuestro entusiasmo y determinación. Cada tanto teníamos el premio de un sendero boscoso poblado de robles y encinas. En uno de ellos, en las inmediaciones de un caserío, luego de haber trepado una durísima cuesta que nos llevó a la cima del monte, nos detuvimos a almorzar las provisiones que cargáramos en Deba. Calculamos que estaríamos a mitad de camino. Mientras comíamos charlábamos animadamente y nos decíamos que aunque muy esforzada, la etapa no nos estaba resultando tan dura como nos dijeran. Después de descansar un rato y con la esperanza de seguir con esa sensación retomamos la marcha.

Así fuimos bordeando el valle y entre descensos y nuevas cuestas avanzamos hacia Markina. Finalmente llegamos hasta lo que en primera instancia nos pareció un alivio: el descenso al pueblo. Rápidamente nos dimos cuenta de que no era así, que esa abrupta e interminable bajada era un castigo a nuestras rodillas. Verdaderamente se nos hizo eterna y cuando nos dimos cuenta de que había aflojado nos llenamos de alegría, ¡Markina estaba a la vista!

Ya llegando, nos cruzamos con un lugareño que nos recomendó enfáticamente que visitáramos lo que para él era una joya del camino en la que pocos peregrinos se detenían: la Ermita de San Miguel de Arretxinaga. Dispuestos a no perdernos nada de lo que se nos recomendara le hicimos caso y fuimos a visitarla. Ni bien entramos nos maravillamos, en la misma hay un conjunto megalítico formado por tres inmensas rocas del periodo terciario, de cuarenta millones de años atrás, lo notable, es como están sujetadas, las piedras entre sí, en un equilibrio que parece que se van a caer. En el medio la imagen del santo. Permanecimos allí un rato disfrutando del lugar y agradeciendo habernos cruzado con el lugareño que nos sugirió la visita.

Ya hacía diez horas que habíamos iniciado la etapa, los veintiocho kilómetros recorridos, sus duros ascensos y la fiera bajada nos estaban pasando factura. La pensión en la que descansaríamos estaba a más de dos kilómetros así que salimos de la Ermita dispuestos a buscar el descanso. Le preguntamos a una joven como llegar a Extxeberría y al respondernos nos puso en contacto con un término que no solo oiríamos muchas veces en adelante sino que caminaríamos sobre el: Bide gorri (camino rojo). Aunque cansados no dejamos de disfrutar de la belleza de ese camino, igual sabíamos que tendríamos revancha al día siguiente cuando lo desándaramos para poner la proa a Gernika.

Finalmente llegamos a la pensión y disfrutamos de las mieles de una ducha. Luego, en la previa a cenar tomamos algo en el bar y compartimos la charla con la encargada y su pareja, una joven argentina que conociera en un viaje a Buenos Aires. Ambas estaban muy contentas porque se había aprobado aquí en Argentina, en diputados, la ley de despenalización del aborto. De esa manera nos enteramos de esta noticia que también celebramos.

Cenamos en el amigable restaurante de la pensión y luego nos fuimos a dormir, al día siguiente volveríamos a levantarnos al alba ya que nos esperaba una etapa igual.  


Etapa 6: de Etxeberría a Gernika

Conveníamos con Sara, mientras conversábamos durante el desayuno en Etxeberría, que cada una de las etapas que llevábamos recorridas había estado poblada de personajes, paisajes y situaciones dominantes. Esta no iba a ser la excepción.

Iniciamos la marcha y luego de haber andado poco más de un kilómetro cruzamos un puente sobre un río y nos metimos en una bellísima senda boscosa, nos sentíamos muy felices, era como estar metidos en las páginas de un cuento y por momentos filmábamos divertidos videos. Así llegamos a un pequeñísimo poblado llamado Iruzubieta. Enseguida el itinerario nos regaló otro bosque, lo atravesamos con el río a nuestro lado, acompañando nuestra marcha, Finalmente lo cruzamos y avanzamos por una pista que nos llevó hasta Bolibar. Este pueblo se convirtió en uno de los personajes de los que hablábamos, es un pueblo encantador, cargado de magia, con casas de piedra cuyos frentes están adornados con flores coloridas, volvimos a tener la sensación de estar en un libro de cuentos. Pero Bolibar, además, tenía un ingrediente muy especial, mientras lo cruzábamos venía a mi mente la imagen del árbol genealógico familiar que hiciera mi tío Ángel, en el que Bolibar aparece repetidamente como el lugar de muchos de mis antepasados vascos, remontándose hasta el año 1600. Era una curiosa sensación la que me provocaba pisar ese suelo, mi imaginación se ponía con el oído atento para escuchar algún eco de antiguas voces familiares.

Salimos de Bolibar y de nuevo entramos en un sendero boscoso, enseguida llegamos al Monasterio de Zenarruza, un sitio histórico de gran antiguedad, luego nos enfrentamos a una durísima subida que a nuestro cálculo fue de por lo menos trescientos metros, en la etapa anterior habiamos ideado una estrategia de pasos lentos para no cansarnos tanto y poder sostener la marcha, pero igualmente la exigencia de esta trepada nos hacía detenernos a cada rato, la misma también se inscribió en la galería de personajes de la jornada. Por suerte llegó la bajada, que nos llevó a pasar por un caserío, enseguida tomamos un sendero con un fuertísimo descenso que nos llevó hasta otra carretera local que seguimos hasta llegar a Munitibar, pequeño y simpático pueblito donde nos detuvimos a almorzar y a descansar un rato.

Después del descanso salimos de Munitibar cruzamos un río y tomamos una calle en subida, que después siguió en una ruta. A poco de andar pasamos por una ermita de Santiago, muy antigua. Proseguimos en una bajada y después nos metimos por un sendero cerca de un arroyo que tuvimos que cruzar dos veces para continuar después por otro sendero boscoso.

Después subimos por pavimento hasta una ermita. Desde acá, el camino corre por unas pistas enmarcadas en un entorno rural, con varios caseríos. Para rematar esto desembocó en una dura subida que, por acumulación, se hizo sentir fuerte. Y el remate, para finalmente llegar a Gernika, fue otra importante bajada que nos obligó a tomarla con mucha calma en beneficio de nuestras rodillas.

Llegamos finalmente a Gernika y entramos a la ciudad cruzando un barrio, revisamos cuantos kilómetros habiamos recorrido y el contador nos acusó treinta y un kilómetros, aunque no nos hubiera entregado esa cifra, nuestro cansancio habría hecho que sospecháramos que habían sido un montón: el momento de la partida estaba once horas atrás. Cuando llegamos a la pensión descubrimos que faltaba una hora para que abriera. Cargados de una energía inercial decidimos visitar el museo donde está el árbol. Valió la pena la visita y ese lugar y su historia se constituyó en otro de los personajes dominantes de la etapa.

En busca del merecido remanso de una ducha con agua tibia fuimos a la pensión. Luego de ello salimos a cenar, la lluvia había regresado. El cierre del día, junto a la cena, fue el partido entre España y Portugal por el mundial.

Regresamos a la pensión, y el cansancio, la copa de vino de la cena sumado al sonido de la lluvia en la ventana hicieron que nos durmiéramos de inmediato. El descanso era más que necesario, la etapa del día siguiente se presentaba también como exigente.


Etapa 7: de Gernika a Lezama

La noche anterior llovió mucho, así que, al iniciar esta etapa nos preparamos para el desafío del barro que imaginamos encontraríamos. Todavía nos mantendríamos lejos de la costa.

Con el entusiasmo intacto emprendimos la marcha, de movida sospechamos que la etapa sería muy solitaria, cosa que confirmamos ya que durante su tránsito solo encontraríamos a una peregrina. La encontramos luego de cruzar un portillo y meternos en un sendero interior, se trataba de una joven irlandesa que estaba detenida frente a unas vacas que le impedían el paso. Con natural caballerosidad me dispuse a ayudarla, claro que mi experiencia como arriero resultaba muy pobre. Si bien le insistía yo a las vacas para que abrieran el paso, ellas me miraban impertérritas. No queriendo cejar en mi caballeresco intento, me acerqué más y las azucé, ellas respondieron asustadas y salieron bruscamente para adelante, causándole un gran sobresalto a la joven irlandesa. En ese movimiento nos dimos cuenta que no se movían porque estaban contra el portillo de salida, ya decidido y con más voluntad que experiencia les grité para que siguieran despejando el paso, finalmente se corrieron y logramos cruzar el portillo, la joven se alejó a toda prisa, sin decir palabra, huyendo de las vacas y seguramente también de mi caballeresca ayuda; debo confesar que mi narcisismo quedó un poco herido.

Volviendo al inicio de la etapa, si bien no llovía, estaba muy nublado y húmedo, también fresco. Luego de cruzar Gernika acometimos el primer y exigente desafío: subir el monte Bilikario. 250 metros bordeándolo hasta un lado del monte Arteagagana. Nos causó envidia ver como un atleta local entrenaba subiendo a la carrera. Como queda evidenciado en el video, las características del suelo eran algo incomodas y en ese momento lloviznaba un poco. Finalmente, anduvimos por un sendero hasta el primer portillo, luego de cruzarlo y sortear a las vacas de las que hablé más arriba, salimos a una carretera, allí nos encontramos con una casa rural en cuya puerta, Etelvina, una amable señora que ameniza su tiempo en una silla de ruedas ofreciendo café, leche, gaseosas y frutas a los peregrinos que pasan por allí. Nosotros nos reconfortamos con un café calentito y conversamos un rato con ella. El cartel que a su lado nos señalaba que nos faltaban 710 kilómetros para completar el camino nos producía una serie de sensaciones encontradas que iban desde el interrogante sobre si lograríamos hacerlo a la excitación de superar el desafío y entrar triunfantes a la Plaza del Obradoiro.

Anduvimos por esa carretera un tramo hasta que la dejamos para andar por una serie de senderos forestales que, en zigzag, suben hasta el Alto de Aretxabalagana de unos 330 metros de altura. En dicho alto salimos a otra carretera que seguimos en bajada, más o menos dos kilómetros. Después anduvimos por un bonito sendero también en bajada. El sendero se prolonga en un caminito de tierra que desemboca en una carretera. Seguimos por ella y después de pasar un pueblito cuyo nombre no conocimos se nos presentó una opción: seguir por la carretera o tomar por un sendero de tierra. Bueno... lo de tierra es un amable modo de mencionarlo, en realidad era un sendero en subida, con tanto barro que intimidaba encararlo. Luego de unos segundos de debate nos dijimos que habíamos venido a hacer el camino y no a andar por una carretera eludiendo contingencias, así que, con enérgica decisión acometimos la subida. El hecho de que el sol había salido a pleno ayudó a ello. Fue realmente una peripecia, no sé si fueron cinco o seis kilómetros pero nos pareció una travesía gigante. Durante ella, y una vez aceptado que para andar había que caminar metiendo los pies en el barro hasta arriba de los tobillos, disfrutamos un montón de la aventura y no parábamos de reírnos: ¡a eso habíamos venido! Después de un largo rato volvimos a una carretera que descubrimos que era la misma de la que nos habíamos desviado, esto nos causó mucha gracia.

Por esa carretera enseguida llegamos a un pueblo llamado Larrabetzu. Eran las tres de la tarde de un sábado y los pocos bares estaban colmados de gente, encontramos un lugar en uno frente a la plaza y almorzamos en él, de allí en adelante a esa comida que haríamos entre las 13 y las 15 lo llamaríamos "clavarnos un pincho", reservando el apetito para la cena. Después de descansar un rato charlando divertidos sobre la experiencia en el barro, recordando nuestro noviazgo que empezó apenas salidos de la adolescencia, en esa época Sara, vivía en las afueras de nuestro pueblo sobre un camino de tierra, en un paraje llamado El Paraíso (no cualquiera encuentra a la mujer de su vida en el paraíso) y los sábados que llovía era una verdadera peripecia ir a buscarla para salir a bailar, pero no había barro que lo impidiera. Luego del descanso y de la evocación decidimos recorrer los tres kilómetros que faltaban hasta Lezama, el final de la etapa. El recorrido fue por la carretera.

Cuando llegamos al pueblo, no andaba nadie por la calle y no encontrábamos la casa rural en la que pernoctaríamos, después de un largo rato, en una iglesia encontramos a un señor que había salido con su hijito quien nos explicó como llegar. Ya bastante cansados y con calor llegamos, Ivone, la dueña de estanos recibió amablemente y con una enorme sonrisa, mientras nos miraba los pies, nos sugirió que dejáramos las zapatillas en la entrada y nos señaló una pileta a ras de piso con una canilla, que nos permitiría lavarlas, cosa que entendiendo como absolutamente razonable aceptamos para dejarlas luego secándose al sol. Después nos fuimos a descansar un rato, poco había que ver en Lezama, Más tarde, charlamos un largo rato con Ivone, una encantadora anfitriona. Ella nos indicó donde cenar un rico, barato y abundante menú peregrino. A las siete, movidos por el hambre no dirigimos al bar de marras para disfrutar de una exquisita comida y un amigable vino tinto.

Después, regresamos caminando lentamente, eran casi veinte cuadras la distancia hasta el alojamiento, y nos fuimos a dormir con el alivio de que la del día siguiente sería una etapa muy corta y llevadera hasta Bilbao, como corresponde a un día de domingo.


Etapa 8: de Lezama a Bilbao

Esta fue una etapa tranquila, de poco más de diez kilómetros, un resuello en el esfuerzo de los días anteriores. En Argentina era el día del padre y en el transcurso de la misma recibimos el cariño de nuestros hijos a través de sendos mensajes. El clima se asoció al festejo y nos regaló una jornada soleada y amigable.

Recorrimos los tres kilómetros que van de Lezama a Zamudio, nos detuvimos un momento frente al calvario que está frente a la iglesia y luego nos dirigimos hacia el repecho del día: el monte Avril, donde llegaríamos a los 360 metros de altitud. Tal vez por lo exigente de las etapas anteriores o porque íbamos ganando en entrenamiento, pero el ascenso nos resultó fácil. La bajada fue muy placentera, con unas muy lindas vistas de Bilbao que nos estimulaban a llegar. Nos detuvimos a tomar unas fotos del mítico San Mamés e inevitablemente, como buenos Bielsistas, la mirada del estadio nos conectó con "el loco". Finalizado el largo recorrido por escaleras desembocamos en la catedral, que precisamente lleva el nombre de Santiago y a la que luego del almuerzo visitaríamos detenidamente y sellaríamos allí nuestras credenciales. Bilbao relucía en ese soleado día de domingo y por la tarde nos sumergimos en el recorrido de sus calles y lugares más emblemáticos. Aprovechamos a excedernos en la caminata por la ciudad ya que la del día siguiente también sería apacible.


Etapa 9: de Bilbao a Portugalete

Decididos a cruzar la ciudad de Bilbao iniciamos la marcha mientras el sol, jugueteando con las nubes, acompañaba nuestra salida. Bilbao tiene siete calles primitivas, que son el núcleo de la ciudad original y que hoy ofrecen un atractivo recorrido por su casco viejo y permiten remontarse imaginariamente a la época medieval, estas arterias constituyen un gran patrimonio ya que son pocas las ciudades europeas que conservan enteras sus primeras calles. Por La Tendería, una de ellas, salimos hasta la de la Ribera donde nos encontramos con el enorme mercado cubierto que lleva el mismo nombre. Por el puente San Antón cruzamos la ría del Nervión, en la antigüedad desde ese puente tiraban a los delincuentes a quienes previamente le habían atado una piedra al cuello, a esto llamaban embozamiento. Los nombres de las calles antiguas de Bilbao tienen para mí un atractivo muy particular, como la que tomamos al salir del puente que se llama Bilbao la Vieja. Por ella llegamos hasta la calle San Francisco y a la plaza Zabalburu para tomar la Avenida Autonomía, donde a nuestros pies se tendió una señal que nos marcaba el camino, esta fue la primera que vimos colocada en el embaldosado de la vereda. Antes de encarar el largo recorrido por esa avenida, y a modo de despedida, nos tomamos un cafe con leche corto de café. Luego de ello retomamos la marcha y después de la Autonomía enganchamos la Avenida Montevideo por la que también anduvimos un largo rato, hasta que llegamos a una calle con una fuerte subida que nos llevó hasta el Camino Kobetas desde donde gozamos de una fantástica vista de la ciudad. Finalizada la subida, y extrañando el mate, nos sentamos a descansar un rato en un banco.

Cruzamos un barrio llamado Urgozo y luego anduvimos un rato por asfalto, después de varias vueltas entramos en una calzada medieval que cruza un bosque y finalmente llegamos a la ermita de Santa Agueda, ocho kilómetros nos separaban del inicio de la etapa. Cargamos agua en la fuente, comimos unos cereales y encaramos hacia Barakaldo, en una rotonda desviamos a la izquierda por una calle llamada de La Paz y pasamos al lado de una cancha de fútbol hasta llegar a un bidegorri que va al lado de un río: hermoso paseo.

Con doce kilómetros de la etapa ya en nuestro haber llegamos a Retuerto, donde un hospitalario bar nos recibió, allí realizamos nuestro ritual de "clavarnos un pincho", como habíamos dado en llamar al bocadillo que comíamos alrededor del mediodía. Mantuvimos una animada conversación con los dependientes y luego de sellar nuestras credenciales retomamos la marcha.

Luego de andar por zona urbana llegamos a Sestao, casi se nos escapa a la vista la señal que hay en un edificio antiguo y nos pasamos de largo, por suerte ya habíamos desarrollado el sentido buscador de señales. Es difícil establecer el límite entre Sestao y Portugalete ya que está todo edificado. Así fuimos llegando a la desembocadura del Nervión y frente a nuestros ojos se presentó la estructura funambulista que apoyada en varias torres cruza la ría: el puente colgante de Portugalete nacido en 1893, que a 60 metros de altura lo une con Getxo.

Finalmente, en un descendente y bello recorrido entre calles antiguas llegamos al lugar donde nos hospedaríamos ubicado en la plaza del Solar, con el puente colgante a nuestro frente. Allí nos recibió el monumento a Victor Chavarri, industrial y político nacido en Portugalete.

Fue una etapa muy interesante y atractiva, no demasiado exigente que mezcló el recorrido ciudadano y el patrimonio histórico con hermosos paisajes, para rematar con la vista de esa impactante obra que es el puente colgante.

Una vez alojados, lo que quedaba de la tarde lo dedicamos a tareas de mantenimiento, lease lavado de ropa, zapatillas, reorganización de las mochilas y unas horas de descanso. Luego de cenar el clásico menú peregrino caminamos un rato a orillas de la ría y cuando regresó la lluvia, nuestra habitual compañera de viaje, nos fuimos a dormir. La etapa del día siguiente, por su extensión y complejidad la habíamos dividido en dos.


Etapa 10: de Portugalete a Ontón

La etapa oficial la dividimos en dos por su extensión total y complejidad. Por esta razón decidimos levantarnos más tarde de lo habitual, pero el sonido de la lluvia en la ventana nos despertó antes que la alarma del teléfono. Desayunamos mirando como llovía copiosamente y luego, equipados con nuestras capas, emprendimos la marcha. La llegada a Portugalete al igual que lo recorrido antes de ir a descansar nos había mantenido en la parte vieja de la ciudad y ahora, para retomar el camino, debíamos cruzar la parte más nueva. Para ello, la escalera mecánica que nos subió a la parte alta para tomar la avenida Carlos VII y después a una carretera fue una contundente declaración de modernidad. Luego de recorrer más o menos un kilómetro, tomamos por un bidegorri (camino rojo), el tránsito por el mismo fue muy ameno y finalmente desembocamos en La Arena. Los últimos dos días habíamos transitado tramos muy urbanizados y desde que no adentráramos en el territorio en Markina Xemein nos veíamos el mar. El final del bidegorri tuvo el premio de ponernos en contacto nuevamente con la salvaje belleza del Cantábrico, así que decidimos hacer un alto en esa playa para tomar un café, sacar fotos y filmar algún video.

Finalizada la parada retomamos la marcha, cruzamos un puente peatonal sobre un río, cuyo cartel nos señala que se llama Barbadún y pasamos frente a una ermita llamada de la Virgen del Socorro, dejando a la izquierda el pueblo de Pobeña, lugar en el que algunos peregrinos terminan la etapa.

Ese pueblo nos quedó atrás y subimos unas escaleras que nos dejaron en un camino de asfalto, que en realidad es la plataforma del antiguo ferrocarril minero que por allí pasaba y que ahora es una vía verde. Esta parte es la más linda de la etapa de hoy, hay un balcón al mar que ofrece hermosas vistas, se puede decir que este es la clase paisaje que uno anhela encontrar cuando se decide hacer el Camino del Norte. Nosotros disfrutamos un montón de ese tramo y nos detuvimos muy a menudo, queríamos cargar en nuestra memoria la enorme belleza que se desplegaba frente a nosotros.

Finalizada esta vía verde llegamos a una carretera local y obedeciendo las señales del camino la tomamos para abandonar enseguida el País Vasco y entrar en la Comunidad de Cantabria. Luego atravesamos un pequeño túnel, cruzando después por abajo de una gran autopista. Enseguida tomamos una ruta, la N634, que en siguientes etapas transitaríamos bastante. Para llegar al hospedaje donde dormiríamos tomamos en sentido contrario al del camino y luego de casi tres kilómetros en fuerte subida llegamos a destino. Junto a una estación de servicio, el Hostal El Haya era lo único que había. Así que dedicamos un rato a las tareas de reacondicionamiento nuestro y de la ropa habituales para después charlar un rato con los encargados del hostal. Después de ello, y en el restaurante que tienen cenamos uno de los mejores menús peregrinos de todo el camino, por lo rico y abundante que resultó una muy placentera recompensa. La etapa del día siguiente nos llevaría a uno de los lugares sobre los que teníamos muchas expectativas y habíamos decidido salir temprano para poder recorrerlo en extensión.


Etapa 11: de Ontón a Castro Urdiales

Con esta etapa completaríamos la cuarta parte de nuestro cometido y, al hacerlo, la sensación de que cumpliríamos el objetivo de arribar a Santiago de Compostela se agigantaba.

Con el entusiasmo de llegar a Castro Urdiales para recorrerlo salimos temprano, se trataba de una etapa de apenas nueve kilómetros que discurriría en mayor medida por la ruta N634. El día, soleado y esplendente, estimulaba la marcha. Con algún esfuerzo por lo empinada de la misma la fuimos recorriendo, aunque andábamos sobre asfalto los paisajes seguían siendo impactantes, la vista del pueblito de Mioño resultó muy linda y el túnel que se cruza a la salida para encarar hacia el final es muy interesante, al recorrerlo nos divertimos simulando aventuras. Finalmente iniciamos la bajada hasta Castro Urdiales disfrutando de unas preciosas vistas de la costa y luego de un largo recorrido por la ciudad llegamos al casco viejo donde estaba la pensión en que nos alojaríamos. Seguía llamándonos la atención la poca cantidad de peregrinos que nos cruzábamos, solo alguno que otra de tanto en tanto y con quienes intercambiábamos el tradicional saludo de "¡Buen camino!"

El Camino del Norte en su totalidad es una sucesión de hermosos paisajes, conjuntos monumentales históricos, rastros de antiguas civilizaciones, cultura viva, deliciosa gastronomía y lindos pueblos y ciudades. Difícil resulta elegir con cual quedarse o establecer un podio, en realidad, a cada lugar que se llega uno lo califica como el mejor y más imponente, a sabiendas de que al otro día sucederá lo mismo con el siguiente, renovándose así cotidianamente la capacidad de asombro.

Castro Urdiales no sería la excepción y llegar temprano nos permitió recorrerla en extenso, con lo cual los nueve kilómetros de la etapa se agrandaron bastante. La villa, conocida también como Flavióbriga en virtud de ser un antiguo asentamiento romano, tiene en su casco viejo un entramado de atractivas calles empedradas y casas con balcones de madera, un club náutico poblado de embarcaciones y se caracteriza además por una exquisita gastronomía de la que damos fe luego de haber dado cuenta de un exquisito besugo, plato que comimos en una especie de almuerzo cena a las siete de la tarde, antes de ir a descansar ya que la etapa del día siguiente hasta Laredo sería muy larga (27 kms) y exigente.

Su conjunto monumental histórico es impactante y resulta sin duda la estampa más representativa de la ciudad. Está formado por la Iglesia gótica de Santa Ana, el castillo faro que se ubica al lado, el hermoso puente medieval y la ermita de Santa Ana. Todo ello lo recorrimos con detenimiento al igual que las calles del casco viejo, el yacimiento romano de Flavióbriga y el paseo del muelle.

Pero, además de todo esto, Castro Urdiales tenía para mi un atractivo adicional que había aumentado mis ansias de llegar allí. Como escritor y poeta, uno de los más grandes referentes que tengo, junto a Hector Negro, Armando Tejada Gómez y Mario Benedetti es Hamlet Lima Quintana, a quien descubrí a mis dieciocho años escuchándolo decir en un programa de televisión su relato "La pajarita de papel". Luego, la vida me regaló la posibilidad de conocerlo a través de un amigo común y escucharle hablar entre otras cosas de su tiempo en Castro Urdiales y de las tristes páginas de exilio que muchos tuvieron que escribir. Entonces, mientras caminábamos, sentía en esas calles la presencia de él y sus amigos y en mi corazón sonaba aquel poema que Hamlet le escribiera a Carlos Alonso y que, para cerrar esta entrada y a modo de homenaje a los recuerdos y los exilios, copio aquí.

"Y todo un pueblo nos pobló de paz, de eso no sabe el enemigo."

CANCION PARA CARLOS ALONSO

Muchas veces recuerdo Castro Urdiales, esa breve bahía que en España ponía verdes, amarillos, rojos a porfía en las barcas pesqueras del Cantábrico.

Allí llegué una mañana a la casa de Horacio Guarany para encontrarme con Armando y este Carlos Alonso del dibujo y el color alucinados.

Eso fue ya hace tiempo, por el 78... Pero recuerdo dolorido que Carlos hablaba de Paloma, su hija, que integra esas listas de los que no regresan.

Entonces yo pensaba en esta tierra, la gente de estos lares, la sangre de mi sangre, los amigos, el amor desmayado a través del Atlántico y me dolía el alma que regresaba entre los vientos, regresaba de mi angustia a la angustia de estas calles, las cartas con noticias, la música en la sangre y lloraba, les juro que lloraba.

He caminado por la soledad junto a la vida de un amigo.

El pecho justo nos creció a los dos éramos fuente del abrigo.

Él y yo, sol y luz nos contábamos el tiempo que pasó.

Él me contaba sombras de crueldad, mientras lloraba con mi amigo.

El pecho justo se pobló de amor de eso no sabe el enemigo.

Él y yo, sol y luz nos contábamos el tiempo que pasó.

Y todo un pueblo nos miró pasar, el pecho entero y dolorido.

Y todo un pueblo nos pobló de paz, de eso no sabe el enemigo.

Él y yo,sol y luz nos contábamos el tiempo que pasó.


Etapa 12: de Castro Urdiales a Laredo

Una de las cosas más extraordinarias que tiene vivir esta experiencia de peregrinos es la fantástica capacidad de sorprenderte que tiene el camino, la que cada noche al acostarte te produce esa tan particular sensación que provocan las vísperas de un acontecimiento emocionante. La etapa de hoy estuvo poblada de bellísimos paisajes costeros, acantilados, playas, extendidos valles interiores, bosques cubiertos de pinos y encinas y hermosos senderos, características todas que llenaron de belleza nuestra capacidad de mirar y asombrarnos. Tuvo también para nosotros un alto nivel de exigencia que nos hizo apretar mucho los dientes en más de una cuesta, y su recorrido fue muy largo ya que los veintisiete kilómetros anunciados terminaron resultando poco más de treinta y dos, convirtiendo la entrada a Laredo en la confirmación de haber superado un desafío bravo, que le dio sustento a nuestra determinación de llegar a Santiago.

Pero, más allá de todo esto, esta etapa contó también con esa clase de sucesos que se inscriben en el interrogante de por qué tipo de coordenadas existenciales se producen algunos encuentros y/o conversaciones, tal como fue el caso del momento compartido con Luis, un singular peregrino que vive al pie del camino y que rubrica su natural empatía con el cartel que cuelga de un balcón de su casa que dice "BUEN CAMINO PEREGRINOS". Él nos dijo que veía en nosotros amor por el Camino, que seríamos peregrinos de por vida y que regresaríamos a hacer otros de los caminos que conducen a Santiago También da lugar a esto el encuentro con Tomas, a quien encontramos en el comienzo de la bajada final a Laredo.

Durante una época de mi vida, por mi constante condición de búsqueda, transité por el sufismo. Así que, la proximidad del mar, los acantilados y la conversación con Luis me llevaron a ese tiempo y entonces, el cuento de las arenas del libro Cuentos de los derviches*, las enseñanzas de Gurdjieff y las historias de ese mítico y poco convencional personaje que es Nasrudin vinieron a mi desde el recuerdo.

Con buen clima y sol Iniciamos la marcha volviendo a atravesar todo el pueblo para pasar frente a la plaza de toros, tomamos una calle en subida, pasamos por abajo de la autovía y seguimos por un muy lindo recorrido boscoso hasta un pueblo llamado Allendelagua, descansamos un momento frente a una fuente para tomar agua y enseguida seguimos con la autovía acompañándonos a un lado hasta que la volvimos a cruzar por un túnel y al llegar a una zona de descanso entramos a un pequeño pueblito llamado Cerdigo. Con casi seis kilómetros recorridos hicimos allí el alto diario para tomar el consabido café con leche corto de café. Salimos del pueblo por una ruta vieja y después cruzamos la ya conocida N634. Pasamos frente al cementerio y nos metimos en muy hermoso sendero boscoso que nos acercaría a los acantilados atravesando varios portillos con guardaganado. El marco invitaba a filmar videos y a sacar fotos así que, fieles a nuestra intención de hacer el camino sin ninguna clase de apuro disfrutando a pleno de transitarlo, aceptamos la invitación y nos detuvimos. A la salida del sendero dimos con una pista que nos llevó a otro pueblo que se llamaba Islares.

Una vez que cruzamos este pueblo, anduvimos unos kilómetros por la N634 hasta que en un viaducto se nos presentó la opción de seguir por esa ruta cortando camino o tomar el camino oficial que es mucho más largo, con muchas subidas y que pasa por Rioseco, La Magdalena y Hazas (Liendo). Fieles a nuestra decisión de hacer el camino sin atajos y tal vez conducidos por esa sutil luz que ilumina a algunas decisiones, elegimos esta opción. Fue un largo tramo por camino de tierra con muchas y muy duras subidas. En ese recorrido nos cruzamos con varios peregrinos y peregrinas. Conversamos un rato con un grupito de cuatro jóvenes, un chico aleman, una irlandesa, una estadounidense y una paraguaya que se había criado en Argentina. Una heterogeneidad muy habitual en el camino. Por razones obvias con quien más charlamos fue con la paraguaya, una joven muy divertida que estaba haciendo su segundo camino. Luego de un rato de seguirles el ritmo nos detuvimos a descansar ya que nos costaba seguirlos. Pasado un momento retomamos la marcha y después de un rato acometimos una nueva subida, cuando estábamos llegando al final de la misma, al tomar un recodo frente a una bajada en la que se veían las primeras casas de Hazas los volvimos a encontrar. Para nuestro parabién la chica del Paraguay estaba tomando mate así que nos detuvimos a charlar y a disfrutar de una ronda de mates, los únicos que tomaríamos en todo el camino. Ellos iban a quedarse allí en el albergue así que nosotros seguimos la marcha. Ni bien empezamos a bajar, Sara me llamó la atención sobre la belleza de las flores que adornaban los balcones de una casa y del cartel de saludo a los peregrinos que colgaba del balcón superior. Nos detuvimos a tomar una foto del mismo y un perro se nos acercó, entonces, desde un galpón, un hombre que estaba reparando un viejo Seat 600 nos dijo "no problem". Sonriendo nos acercamos a él y le dijimos que hablábamos español, nos presentamos y el nos dijo que se llamaba Luis. Se generó a partir de allí una animada conversación que comenzó a discurrir por los territorios de la filosofía. Él nos contó que también era peregrino y que había hecho varios caminos, siendo estimulado en su momento a hacerlo por la conversación que sostuvo un invierno con un peregrino de avanzada edad que pasó frente a su casa. Luis tenía un magnetismo especial que cautivaba la atención y estimulaba a seguir charlando. Este encuentro con él seguro terminará en un cuento que en algún momento escribiré. De lo mucho que nos dijo rescato su mención a que se veía en nosotros el espíritu de peregrinos, que el camino producía adicción, que se nos notaba adictos al peregrinar, que estaba seguro de que andaríamos otros muchos caminos, que cuando llegáramos a casa sentiríamos mucha nostalgia de este camino y que sin duda regresaríamos para hacer alguno de los otros que conducen a Santiago. Venciendo las ganas de seguir conversando nos despedimos de él y proseguimos la marcha. Durante un rato esa conversación fue el tema central de la nuestra.

Volvimos a cruzar la N634, pasamos por Hazas y llegamos a su iglesia. A partir de allí recorrimos un sendero con bastantes vueltas y subidas, pero el esfuerzo que nos demandaban a esa altura quedaba anulado por la impactante belleza del Cantábrico frente al que desembocamos después de una cuesta. Es tan magnífica la vista de ese mar con la que nos encontramos que pretendimos conservarla en un montón de fotos y videos, aun a sabiendas de que no hay lente que supere en captación al de la propia mirada. Luego de ello nos alejamos un poco del mar y encaramos hacia Laredo. Cuando llegamos al cruce de la ruta con la calle de tierra que finalmente nos acercaría a esa ciudad vimos un señor de avanzada edad que se bajaba de un coche y se acercaba a nosotros. Se presentó como Tomas y nos preguntó si no queríamos ver un escudo familiar en la fachada de una casa. Un poco sorprendidos le dijimos que si, cosa que le produjo una gran alegría. Nos invitó a seguirlo hasta la primera casa que estaba a la derecha en la calle de tierra, la misma estaba abandonada y en bastante malas condiciones,pero el escudo sobre la fachada se veía claramente. Nos contó que él se crió en esa casa, que sus padres llegaron a la misma provenientes del país vasco, nos habló de los juegos de su infancia en ese terreno, de que la casa se había vendido cuando el tendría veinte años, de la nostalgia que lo traía cada tanto a verla, que el conductor del auto era un vecino suyo en Bilbao y que no se bajaba porque era lisiado, pero como le gustaba manejar lo traía cada tanto satisfaciendo de esa manera las necesidades de ambos. Pero el centro de la charla fue el escudo, evidentemente el mismo lo había cautivado desde niño y necesitaba compartirlo con alguien mostrándoselo. Cuando nos despedimos nos agradeció profundamente que hubiéramos detenido nuestra marcha para hablar con él, nos deseó buena fortuna y nos dijo que seguramente volveríamos por allí. Hacer el camino es algo que de suyo propio motivaba mi ser escritor, pero en esta etapa sentí que este quehacer había sido muy estimulado.

Retomamos la marcha y finalmente llegamos a destino, entrando a Laredo por un muy lindo entramado de calles antiguas y sinuosas que descendían hasta la orilla donde estaba la pensión en que dormiríamos. Cuando nos detuvimos, el cuentapasos del celular marcaba para la jornada 32. 6 kms.

Acomodamos las cosas en la habitación, nos dimos una imprescindible ducha y salimos a cenar. Teníamos tantos temas para hablar sobre la etapa que el desarrollo del partido de Argentina y Croacia por el mundial que se veía en la televisión nos resultaba indiferente. Finalizada la cena nos fuimos a dormir, el cansancio era importante, pero por suerte la etapa del día siguiente era corta.


Etapa 13: de Laredo a Noja

La elaboración del plan del Camino la comenzamos un año antes de iniciarlo, junto con el entrenamiento, con la idea de hacerlo no solo en el marco de nuestras posibilidades sino también para disfrutar de cada etapa al máximo y con la consigna de hacer no mucho más de veinte kilómetros al día , el propósito ulterior a esto era llegar a Santiago. Luego, ya en el camino fuimos descubriendo que nuestro plan en verdad era una aproximación y que eso no tuvo costos importantes ya que, para nuestra alegría, pudimos superar varias etapas de más de treinta kilómetros sin demasiada mella en nuestro físico. Recuerdo que cuando vi el gráfico de esta etapa decidí rápidamente cortarla en dos, luego en la práctica la energía que nos había demandado la anterior le dio valor a esta decisión, pero igual, la brusca variación de la curva de ascenso al llegar a El Brusco nos causaba respeto.

Iniciamos la marcha temprano, con grandes nubarrones amenazando lluvia, que felizmente no solo no se concretó, sino que más tarde el sol se ocupó de batir en retirada a esas nubes.

El primer tramo, desde Laredo hasta el Puntal de Santoña fue muy agradable y tranquilo recorriendo un muy lindo paseo marítimo, al final de este embarcamos en una lancha para cruzar el mar hacia Santoña. Es este un pueblito muy bonito y simpático donde, mirando el mar, nos tomamos el consabido cafecito. Luego iniciamos el tránsito hacia Noja, tomamos algunas fotos y dándole lugar a lo histórico nos detuvimos un momento para leer sobre Juan de la Cosa. Luego, el camino nos llevó a pasar al lado de los largos paredones del centro penitenciario de El Dueso. Este penal fue construido a principios del siglo veinte sobre unos terrenos donde había un fuerte construido por las tropas de Napoleón. A partir de allí y hasta hoy ha albergado muchos presos ilustres. Durante la guerra civil y a partir de 1937, cuando la zona cae en manos del franquismo fue el escenario de una cruel represión en la cual cientos de republicanos fueron recluidos y muchos muertos en El Dueso. Esta historia sonaba familiarmente en mi cabeza ya que otro de los objetivos de mi peregrinación era llegar a Santiago, el lugar donde, condenado a muerte por el franquismo al regresar de México donde formaba parte del gobierno de la República en el exilio, había permanecido preso mi abuelo hasta que finalmente el largo trajinar de mi madre lograra que lo indultaran. Desde el inicio conversaba con Sara sobre que una de las cosas fuertes que a mi me producía hacer el camino era la inigualable sensación de libertad que sentía. En este tramo los paredones del penal, con fantásticas vistas al mar, entraban en conflicto con esa sensación.

Superados los paredones, continuamos por una avenida la marcha y enseguida llegamos al desvío para ingresar a El Brusco. La oferta era ignorarlo y seguir por allí hasta Noja evitando la subida. Una vez más nos mantuvimos firmes en nuestro propósito de aceptar todos los desafíos del camino y acometimos con El Brusco. Debo confesar que la subida fue bastante exigida y que si bien en modo alguno padezco de vértigo (lo mio es la claustrofobia, por eso disfruto tanto del senderismo) hubo algunos tramos en los cuales la sensación de que un mal paso nos haría rodar provocaba un poco de cagazo (Salvando las distancias Sara rememoraba con esto el descenso del Huayna Picchu, en Macchu Picchu). Por suerte lo superamos sin problemas y luego del descenso tuvimos la recompensa de llegar a la arena y así, por primera vez en el camino, nos descalzamos para dejar que el Cantábrico bautizara nuestros pies.

Ni bien comenzamos a caminar se nos acercó una señora que nos reconoció como peregrinos (no era esto muy difícil habida cuenta nuestras mochilas con la vieira atrás y los bastones). Cuando nos individualizó como argentinos se entusiasmó aun más asombrada por lo lejos de donde veníamos. Se presentó, diciéndonos que se llamaba Margarita, que tenía ochenta y dos años, que no era de Noja, que había pasado la mayor parte de su vida trabajando como secretaria en una empresa en Paris y que hace unos años, encantada con este pueblo se había comprado un departamento frente a la playa para vivir aquí. Dueña de una energía increíble y entusiastamente verborrágica nos ofició de anfitriona contándonos un montón de cosas. Tardamos en recorrer la playa más de dos horas que pasaron volando. Durante todo el recorrido insistía que quería mostrarnos una figura en la piedra que parecía un caballo y que según bajaba la marea aparecía. Se impacientaba al no encontrarla y la buscaba con insistencia, a nosotros nos daba pena que no la divisara y estábamos dispuestos a decir que la veíamos cuando alguna de las piedras lo justificase. De pronto dio un grito de alegría y nos señalaba diciendo "!allí, allí, allí está!". Creo que tanto Sara como yo nos alegramos más por su alegría que por divisar a la piedra con forma de caballito como decía ella. Le tomamos una foto pero igual no salió muy nítida, dejo a la buena voluntad del lector la posibilidad de verla y en ella el caballito, si no la ven, Margarita no se enterará. Después de eso caminamos un poco más y llegamos al final de la playa y al asfalto de la calle que desciende hasta ella. Nos despedimos de Margarita agradeciéndole su hospitalidad y nos fuimos a comer a un bar que estaba ahí nomas, frente a la costa. Disfrutando de la muy rica gastronomía española y teniendo en cuenta que estábamos en un pueblo de mar le entramos a una paella, como premio al esfuerzo de El Brusco. Después de eso nos fuimos a ocupar la pensión, repetir las diarias tareas de acondicionamiento y a descansar. Al caer la tarde salimos a dar una vuelta por el pueblo, comimos algo liviano y a dormir; las curvas de ascensos de la etapa del día siguiente nos estimulaban a hacerlo.


Etapa 14: de Noja a Güemes

Cada etapa sigue proveyendo alguna sorpresa, esta la causó la comprobación de que su recorrido no era tan difícil como parecía en el mapa. Anduvimos por camino de tierra y bastante asfalto, en un marco bucólico y rural que favoreció la conversación y el repaso de los momentos más intensos y emocionantes que habíamos vivido hasta ese momento. Fue un tránsito muy placentero y distendido, una ermita a la salida de Noja, unos cuantos vericuetos que dimos al pasar por Castillo, Arnuero y Meruelo, un puente muy bonito sobre un río y el paisaje rural fueron los puntos más salientes.

Llegamos a Güemes poco después del mediodía, es un pueblo muy pequeño y acogedor con apenas un puñado de casas y una bonita iglesia, que a esa hora del sábado estaba muy concurrida. Nos clavamos el clásico pincho en el restaurante frente a la iglesia, allí había unos pocos peregrinos en el mismo cometido. Advertidos por el dueño de que por la noche era muy concurrido reservamos una mesa para la cena.

Ahora bien, el punto sobresaliente de esta etapa fue la Posada del Camino del Norte, que más que una posada es un hogar en el cual sus dueños, María y Tomas, te reciben con una hospitalidad que nos hizo sentir como en casa. Es una edificación de más de cuatrocientos años y dormir allí es transportarse en el tiempo.

Por la tarde salimos a dar un recorrido por el pueblo, que duró poco por lo pequeño del lugar. Luego regresamos a la casona y disfrutando de la tarde soleada nos sentamos en el patio a conversar con María y Tomas, fue un rato muy disfrutable en el que charlamos sobre un sinnúmero de temas, que fueron desde la historia de esa casa y de como ellos la transformaron en posada a las habilidades culinarias de María, pasando por la tarea de fotógrafo de Tomas, el análisis de la realidad del mundo y sobre literatura y viajes. Cuando llegamos al punto de viajes inevitablemente salió la mención al Padre Ernesto Bustio, viajero y peregrino de la vida como él se define, natural de Güemes y que ofició de cura obrero en Santander. Es el fundador de uno de los albergues más emblemáticos del camino: La cabaña del abuelo Peuto que funciona allí en Güemes en la casa donde nació. La historia de este cura viajero que ha recorrido el mundo es muy rica y apasionante y merecería un texto mucho más extenso que esta mención. En sus andanzas por el mundo hace poco se decidió a hermanar su Güemes con los de Latinoamerica, así fue como llegó al nuestro, en Salta. Nos ocupó un largo rato de conversación, y acuciados por las ganas quisimos ir a conocerlo pero no estaba en el pueblo.

Enriquecidos por la charla nos fuimos a cenar, cerrando una jornada en la cual el atractivo principal no fue la belleza del paisaje o los conjuntos monumentales históricos sino la Posada del Camino del Norte y la rica conversación con María y Tomás. 


Etapa 15: de Güemes a Santander

Esta etapa, cuyo recorrido estaba anunciado como muy corto, comenzó de la mejor manera posible: con un exquisito desayuno en el comedor de la posada disfrutando de las delicias preparadas por María. Luego, a sabiendas que ese lugar quedaría incluido en el anaquel de los mejores recuerdos, nos despedimos afectuosamente e iniciamos la marcha.

La salida conservó la fisonomía de la etapa anterior ya que por ruta avanzamos algo más de cuatro kilómetros hasta llegar a Galizano, el pueblo siguiente. Ahí se nos presentó la disyuntiva de seguir por el camino oficial o de la alargar la etapa en cuatro kilómetros tomando la variante costera. Elegimos esta última opción y no nos arrepentimos de la decisión ya que luego de pasar por ese pueblo bordeamos, a puro acantilado, la imponente y salvaje belleza del Cantábrico. Entre mutuas exclamaciones por la belleza de lo que veíamos llegamos hasta la playa de Langre y a su mirador, luego continuamos hasta Loredo para desde allí volver a la ruta y llegar a Somo donde, al igual que en Noja, caminamos por sus playas dejando que el mar acariciara nuestros pies, cosa que les vino muy bien. Luego abandonamos la arena y entramos a Somo donde comimos el clásico pincho del mediodía en medio de un festival de autos y sonido. Después de ello nos dirigimos al embarcadero para tomar una de las Pedreñeras, el barco que nos llevaría a Santander.

Una vez desembarcados, cruzamos toda la ciudad para llegar a la pensión en que dormiríamos. En el recorrido, al preguntarle al mozo de un bar por una calle, entablamos, al ser reconocidos como argentinos, el natural diálogo futbolístico en época de mundial y las inevitables comparaciones entre Maradona y Messi, el mozo se confesó fanático del Diego.

La descripción de esta etapa es corta, pero su recorrido fue de enorme intensidad habida cuenta del increíble tránsito por los acantilados cántabros, creo que esta brevedad se corresponde con el silencio que provoca la admiración de ese hermoso mar.

Una vez en la pensión, estimulado por el recuerdo del intenso azul del mar que se reflejaba en el horizonte comencé a garabatear unos versos que luego se convertirían en este poema.

VER

​Vení

te invito a la maravilla de mirar

allá

donde a resguardo del desdén

bajo el sol del futuro

crecen los azules retoños de la esperanza

no está lejos

ni hace falta un gran esfuerzo

solo es necesario que extiendas la mirada.


Etapa 16: de Santander a Mogro

Cada etapa pugna con las anteriores por tener su propia característica, esta consiguió destacarse sobre las demás por ser la más calurosa de todas. Salimos de Santander más tarde de lo habitual ya que al haber dividido a esta en dos andaríamos hoy solamente diecisiete kilómetros. Ni bien comenzamos a andar el sol empezó a apretar, la temperatura a subir y al rato, algunas molestias en mi pie derecho azuzaron al fantasma de las ampollas. Atravesamos Santander en un bonito recorrido que iniciamos en la Avenida Calvo Sotelo y que nos llevó a la rotonda de la Plaza de los Cuatro Caminos, donde hay una muy linda escultura que representa a la banda del zodiaco en la esfera celeste y a la que fotografiamos. Luego tomamos por una avenida llamada Valdecillas hasta una ruta. Antes de avanzar por ella vimos como un peregrino alemán que habíamos cruzado un rato antes intercambiando el clásico "¡Buen camino!" se detenía en un bar a tomar algo en las sillas de la vereda. Dudamos si imitarlo o no y decidimos seguir, pensando que más adelante encontraríamos otro. Tomamos la ruta y pasamos bajo la vía del tren dejando atrás Santander. El sol apretaba cada vez más y nos detuvimos para ponernos protector, cuando retomamos camino nos pasó una joven pareja de peregrinos que no llevaban ninguna protección del sol en la cabeza. Llegamos a una iglesia amarilla y tomamos por una calle, al fondo de la misma vimos perderse de vista a los jóvenes. En la vereda, una señora muy sonriente con sombrero de paja nos saludó amablemente. Le devolvimos el saludo y nos detuvimos iniciando así la conversación, nos dijo que se llamaba Paula y que tenía ochenta y cuatro años. Le contamos de donde veníamos y que nuestra intención era llegar a Santiago y que para ello habíamos partido en dos varias de las etapas. Ella nos respondió que sin duda llegaríamos porque estamos andando con sabiduría, sin prisas, e hizo mención a los jóvenes que habían pasado recién diciéndonos que no le habían devuelto el saludo y que no le respondieron a su comentario de que deberían cubrirse la cabeza y que iban demasiado apurados. Le dijimos que quizás no hablaban castellano y que seguramente el avance del sol haría que se cubrieran. Dicho esto la conversación nos llevó a que ella hablara de su juventud, de cómo se casara, de lo duro de la vida en España después de la guerra, durante la dictadura franquista, de sus hijos y nietos y de la jubilación de la que hace tiempo disfrutaba su esposo que había sido chofer de autobuses. Pasado un rato le preguntamos si nos permitía fotografiarnos con ella, luego que hicimos esto la saludamos y continuamos la marcha.

Seguimos andando por carretera y sin demasiado paisaje que admirar, el sol seguía apretando haciendo que tomáramos bastante agua. Desde aquel bar a la salida de Santander no habíamos visto ningún otro y nos apetecía parar a tomar algo. Llegamos a otro pueblo y nos entusiasmó la idea de que allí encontraríamos el bar buscado. Entramos al lugar, un cartel en una esquina nos sugirió que ahí estaba, pero no, nos desviamos del camino hacia lo que parecía una hostería seguros que ahí sí daríamos con él, sin embargo, estaba cerrada. Desanimados, regresamos a la senda del camino y anduvimos unos kilómetros por una carretera hasta llegar a Boo de Piélagos. Finalmente, ahí dimos con el bar ansiado y nos comimos el clásico pincho del mediodía, eran las catorce horas. Mientras lo hacíamos recordamos a aquel grupo de simpáticas españolas con las que nos encontramos en Budapest durante nuestras andanzas por Europa previas al camino, que una de ellas nos dijo que vivía en Boo de Pielagos y que el camino pasaba frente a su casa, por supuesto que no nos volvimos a cruzar con ella.

Cumplido nuestro anhelo de bar, continuamos el camino, estábamos muy cerca de Mogro. La recomendación que teníamos era no ir a ese pueblo por las vías del ferrocarril sino tomar el tren, son muy pocos kilómetros. Hicimos caso a la misma y en un rato estábamos en Mogro para caminar hasta la posada La Joyuca del Pas donde dormiríamos. Cuando llegamos descubrimos que se trataba de un lugar encantador, una casa de piedra, con habitaciones muy amplias un amigable salón comedor y en el exterior un gran patio arbolado. Nos alojamos e hicimos las habituales tareas de mantenimiento de la ropa y nuestra, que en esta ocasión incluyó una revisión de los pies para confirmar que lo de las ampollas había sido solo una falsa alarma y que lo único que había era aquel conato que apareciera en San Sebastian al que tenía perfectamente controlado con vaselina. El calor nos había cansado bastante así que descansamos un rato. Luego salimos a dar una vueltecita y como no había mucho que ver nos acomodamos a tomar algo en el patio, a la sombra de un árbol. Allí coincidimos con una pareja de peregrinos, un matrimonio de holandeses de más o menos nuestra edad. La barrera idiomática impidió la conversación y solo intercambiamos unas sonrisas como saludo.

Temprano nos fuimos a cenar, la posada la lleva adelante un matrimonio y entre ellos se reparten todas las tareas. En lo que a la comida refiere ella cocina y él atiende el comedor. El hombre era dueño de una gran cordialidad y de abundante conversación lo que hizo muy ameno el tiempo de espera. A instancias de él comimos un plato de carne riquísimo, una especie de escalope relleno que me hizo recordar al exquisito cachopo que alguna vez comiera yo en Viveiro (Galicia), por supuesto acompañado de un rico vino tinto, (el matrimonio holandés también estaba cenando e intercambiamos un brindis de mesa a mesa) si mi memoria no me traiciona creo que el nombre de ese plato era San Antón. De postre disfrutamos de una tradicional quesada, plato típico de Cantabria. A esta altura del camino, la comida importante que hacíamos era la cena y la misma se constituía no solo en algo para reponer energías sino en un agasajo, cosa esta que resultaba facilitada por la deliciosa gastronomía española. Luego de esto nos fuimos a descansar, la etapa siguiente era más larga que la de hoy.


Etapa 17:de Mogro a Santillana del Mar

Esta etapa podría compararse con la estructura de una novela o un cuento que tiene un bonito principio que estimula a la lectura, un núcleo achatado sin demasiados matices y que sorprende con un final fantástico.

Salimos de Mogro con una mañana nublada y templada que facilitaba la marcha, anduvimos por suelo asfaltado rodeados de árboles y del canto de los pájaros, un escenario muy lindo, vimos una ermita y luego una iglesia. En un momento pasamos frente a una casa donde en su parque una máquina autónoma cortaba el césped, el sueño de todo cortador. El marco se mantuvo así hasta que después de varios repechos llegamos a un pueblito, que si mal no recuerdo se llamaba Mar. A partir de allí y durante muchos kilómetros el recorrido se hizo desolador y aburrido, a nuestro margen derecho, oficiando como una larguísima señal que no hacían necesarias las flechas amarillas corrían las tuberías de la empresa química Solvay, de tanto en tanto pasábamos o éramos pasados por alguna peregrina o peregrino que al igual que nosotros seguramente querían superar ese tramo.

Finalmente, las tuberías desistieron de seguir a nuestro lado y llegamos a la fábrica en Barreda. Ahí cruzamos un río llamado Saja, un cartel nos avisó que estábamos a siete kilómetros del final de la etapa y fuimos andando por carretera, para nuestra alegría el paisaje se iba embelleciendo cada vez más. Con ese renovado marco llegamos a la sorprendente Santillana del Mar, a la que llaman la villa de las tres mentiras, porque no es santa, ni llana ni tiene mar. Pero es dueña de una gran verdad: su impactante belleza y singularidad que hacen que uno se felicite por haber llegado hasta ella. Llegar allí es como meterse de golpe en calles del medioevo. La villa es en si misma un monumento histórico y recorrer palmo a palmo su empedrado es un deleite. Esas calles están habitadas por muchos talleres artesanos y amigables bares en los que es posible merendar leche con bizcochos. Por si todo esto fuera poco cuenta en las inmediaciones con la Cueva de Altamira, algo así como la patrona del arte rupestre. Santillana del Mar es para Cantabria su faro turístico.

La recorrimos a la llegada, sin importarnos el peso que a esa altura del día representaban nuestras mochilas. Luego nos dirigimos al Hotel Conde Duque de Santillana, un pintoresquísimo lugar cuyo propietario era aún más pintoresco. Después de ello salimos a recorrerla ya librados del peso. Luego de la cena volvimos a andar por su empedrado, pero ahora con la distinta perspectiva que ofrece la noche y que hace a la villa igual de bella y sugerente.

Finalmente nos fuimos a dormir, podíamos decir que la etapa nos había ofrecido como desenlace la posibilidad de conocer Santillana del Mar y que nosotros habíamos aceptado y disfrutado enormemente de esa recompensa a los kilómetros caminados ese día.


Etapa 18: de Santillana del Mar a Comillas

Partimos de Santillana del Mar bajo la lluvia, nos marchábamos cargados con la riqueza de haber visitado la villa. Aunque íbamos a su encuentro todavía estábamos alejados del mar. Comenzamos a subir por una típica calle empedrada, para retenerla nos fijamos en su nombre: calle de los Hornos. Rápidamente Santillana fue quedando atrás y cruzamos una ruta para tomar una calle de asfalto en bajada, anduvimos por ella un rato, bajo la lluvia, y llegamos a un caserío. Al pasarlo nos llamaron la atención unas construcciones circulares con unas especies de ventanas angostas, yo fantaseaba con que tal vez tendrían algo que ver con la guerra. Una vez más, nuestras coordenadas nos condujeron a un encuentro que abriría la puerta a un suceso, así fue como, intrigados por esas construcciones interpelamos a un lugareño que caminaba en el mismo sentido. Él nos explicó que eran antiguos depósitos de cereal, la pregunta abrió un fluido y ameno diálogo que continuó hasta que llegamos a las proximidades de Oreña, donde a la derecha vimos una iglesia muy antigua, que no parecía estar abierta, él nos dijo que era la Iglesia de San Pedro y nos recomendó con énfasis que la visitáramos, que la misma la cuidaba desde hace mucho un joven que vivía en ella que siempre recibía con gusto a los peregrinos. Creo que de no haber sido por esa recomendación es probable que no nos hubiéramos detenido, quizás la lluvia y las ganas de continuar nos habrían hecho seguir de largo, lo que nos habría privado de conocer un templo muy interesante y a Gunther, así se llamaba el joven que la cuidaba. Recorrimos la distancia del camino hasta la iglesia y subimos las escalinatas, antes de que llegáramos a la puerta él salió a darnos la bienvenida y nos convidó a pasar, ofreciéndonos un vaso de jugo que había en una jarra y diciendo que tomáramos un par de las frutas que había en la mesa, que nos vendrían bien para el resto de la etapa. Luego nos invitó a recorrer la iglesia, el edificio es muy antiguo, Gunther nos dijo que fue construida en el año 1100 sobre los restos de una capilla, que después tuvo varias ampliaciones y que la ultima fue la reconstrucción en el año 1956 reparando los daños sufridos durante la guerra. Aunque no somos católicos practicantes, sentimos que el lugar tenía una particular atmósfera de paz y las sombras de la cruz del altar me invitaron a tomar un par de fotos. Permanecimos un rato en silencio y cuando nos disponíamos a irnos Gunther nos dijo que quería regalarnos algo, dicho esto tomó dos zamburriñas pintadas por él, una con la imagen de la iglesia que me ofreció a mi y otra con el toro de la gruta de Altamira que le dio a Sara. Nos entregó un ovillo de hilo y nos dijo que lo cortáramos del largo necesario para colgarlo de nuestro cuello y que luego de cortarlo con el fuego de una vela lo pusiéramos cada uno en el cuello del otro. Así lo hicimos, le agradecimos el gesto y continuamos la marcha hablando del momento vivido.

Luego de andar un rato llegamos hasta Cigüenza con su particular iglesia construida en el siglo XVIII según el diseño de un indiano. Allí nos detuvimos para sentarnos un rato en un banco a comer las frutas que nos regalara Gunther. Después de ello retomamos el camino que nos condujo hasta Cobreces donde pasamos frente a un Monasterio y la iglesia de San Pedro de Advíncula. De allí pusimos la proa al mar y llegamos a la playa de Luaña donde comimos el tradicional pincho. Después de ello pasamos varios poblados hasta llegar a un bonito camino de tierra que nos conduciría hasta Comillas, arribo que celebramos ya que la etapa había sido medio extenuante con muchas subidas, por suerte el día había estado bastante nublado y fresco lo cual agradecimos ya que con sol y temperatura alta hubiera sido peor.

Una vez en Comillas bordeamos toda la playa y llegamos a la pensión en la que nos alojaríamos que estaba ubicada frente al mar, al lado del faro y de una estatua dedicada a las pescaderas.

El resto de la jornada lo dedicamos a recorrer Comillas, un pueblo realmente encantador con una singular edificación, que van de su plaza central rodeada de casonas, la iglesia, la universidad, el cementerio, el palacio de Sobrellano, al lado del cual está un chalet llamado el Capricho de Gaudi, una original construcción del arquitecto catalán. El cansancio nos hizo dejar para la salida la mirada de algunos lugares y la toma de fotos. Cenamos el habitual menú peregrino y de allí a descansar, el cuerpo lo estaba pidiendo.


Etapa 19: de Comillas a San Vicente de la Barquera

Fuimos a desayunar a un bar frente a la playa y luego, antes de retirar las mochilas de la pensión, fotografié el monumento a las pescaderas. Después, lentamente, a sabiendas de que era esta una etapa corta, iniciamos la marcha, nos había gustado mucho Comillas e íbamos repasando lo visto, como asegurando el recuerdo en el carruaje de la memoria. Tomamos por la calle Marqués de Comillas y nos llamó la atención una antigua y solitaria casa, luego recorrimos los jardines del Palacio de Sobrellano durante un rato hasta que decidimos dar por inaugurada la decimonovena etapa.

Tomamos por un muy lindo carril para caminantes por el que cruzamos una ría que vimos se llamaba de La Rabia, más adelante cuando debíamos haber recorrido ya unos cinco kilómetros, llegamos a un sitio identificado como el Parque Natural de Oyambre. Seguimos por la vereda de la ruta hasta la playa de Oyambre donde nos detuvimos un rato, seguíamos fieles a nuestra consigna de andar sin prisas, disfrutando de lo que cada momento tenía para contarnos. A esa altura la nostalgia del mate era cada vez mayor, si la fortuna nos permitiese hacer otro de los caminos esta será algo a resolver.

Continuamos por la carretera, en realidad los doce kilómetros de la etapa fueron a su vera. Con la villa marinera dibujando su belleza en el horizonte de la costa cantábrica, llegamos a su ría, la de San Vicente, la que cruzamos por el Puente de la Maza, del que leímos su historia que dice que su antigüedad se remonta a veinte años antes de Cristo, que allá por el siglo XVI fue construido de piedra reemplazando al de madera, que durante la guerra civil fue muy dañado y luego reconstruido. Dice la leyenda que si se logra cruzarlo sin respirar se cumplen los deseos. Una vez cruzado advertimos que el lugar donde nos hospedaríamos estaba bastante retirado, en una zona donde ya comienza la siguiente etapa. Rediseñamos la estrategia y advirtiendo la belleza del lugar decidimos dedicarle la tarde a recorrer la villa, previo a ello fuimos a un bar que teníamos a la vista y con unos sándwiches de jamón crudo cubrimos el habitual pincho del mediodía. Mientras descansábamos un rato leímos sobre esta villa y sobre lo que visitaríamos en ella.

Con las mochilas a la espalda nos dirigimos a su puebla vieja donde se halla el conjunto histórico monumental. Allí se puede ver un antiguo castillo, llamado castillo del rey en referencia a Alfonso VIII, su fundador. Visitarlo es un viaje en el tiempo. En la parte más alta, dominando la vista de la villa y con el fondo de los majestuosos Picos de Europa, está la iglesia de Santa María de los Ángeles, un claro ejemplo del arte gótico de la región. Allí también están los restos de las murallas de protección. San Vicente de la Barquera fue un importante punto del Camino de Santiago por la costa y allí funcionaba el Hospital de la Concepción en el que muchos peregrinos fueron asistidos. También había allí muchos albergues, hoy funciona uno llamado El Galeón. Fue el recorrido por esa puebla vieja un precioso tránsito por el pasado que atesoramos junto al de Santillana del Mar.

Ya avanzada la tarde decidimos encarar para el hospedaje, la distancia a la que estaba y lo empinado de la subida incrementaron el peso de nuestras mochilas. Lo bueno era que ya estábamos instalados en la siguiente etapa. Como no había comedor nos conformamos para una temprana cena con un café con leche y unos sandwiches que nos proveyó la buena voluntad de la joven que atiende el lugar. Las andanzas del día, sumado a los kilómetros que a esa altura llevábamos a nuestras espaldas nos hizo ir rápidamente a la restauración del sueño.


Etapa 20: de San Vicente de la Barquera a Unquera

Esta etapa, resultado de una de las divisiones que hicimos, fue de apenas quince kilómetros y su recorrido muy placentero, acompañados por el bello paisaje cántabro, con el apacible sonido de mansos arroyuelos y el canto de los pájaros. Anduvimos por carreteras y senderos de tierra, cruzamos una ria, un puente bajo la vía y pasamos por un valle. Aunque con unas cuantas subidas ninguna de ellas nos demandó esfuerzo excesivo, con Sara bromeábamos que a esta altura ya teníamos un importante entrenamiento como peregrinos que nos facilitaba el andar.

La hospedería en que nos alojamos en San Vicente de la Barquera se llamaba de Las Calzadas y estaba sobre la calle de ese mismo nombre que a la vez era parte viva de la etapa ya a la salida de la villa. Así que tomamos por ella hasta que se prolongó en un camino de asfalto que nos llevó a un caserío. Ahí nos metimos por un sendero de tierra que nos hizo subir hasta un alto y desde ese lugar bajamos hasta otro pueblito donde tomamos por una ruta que nos hizo pasar por el conjunto medieval compuesto por la Torre de Estrada y la capilla de San Bartolomé y donde nos detuvimos un rato. Después continuamos hasta un lugar llamado Serdio donde tomamos un café.

Saliendo de este pueblo anduvimos por un camino hasta el valle de un río, después cruzamos por abajo la vía y luego de un rato subimos por un camino, una vez que terminó la cuesta bajamos hacia un pueblo a partir del cual anduvimos por el costado del río y de la vía hasta llegar a Unquera.

Llegados al pueblo nos alojamos en el hotel Canal, apellido muy importante en Unquera que veríamos repetido en varios lugares. Cuando almorzamos en Castro Urdiales conversamos un largo rato con un matrimonio de Avilés que comía en la mesa de al lado y que andaba recorriendo Europa en moto. Entre muchas cosas ellos nos dijeron que cuando el camino nos llevara a Unquera no dejáramos de comer las corbatas, unas masas exquisitas que son tradicionales del pueblo. Cargados con esa información nos detuvimos a leer un cuadro en las paredes del hotel que contaba que el señor Canal fue el creador de esa delicia.

Una vez realizadas las cotidianas tareas de acondicionamiento salimos a por ellas, el pueblo no tiene mucho que ver así que rápidamente nos instalamos en una confitería llamada también Canal instalada en la calle principal. Las comimos junto a un café con leche y de ese modo dimos fe de que la fama de las corbatas está muy bien ganada, para reafirmar esto repetimos una vuelta.

Durante la caminata habíamos visto una peluquería. Aunque mi pelo, por razones obvias, podía resistir todo el camino sin ser cortado no ocurría lo mismo con la barba cuyo largo ya me molestaba, así que decidí que estando a mitad de camino en lo que a kilómetros refiere era un buen momento para cortar ambos. De ese modo conocimos a Vicente que, entre los relatos de su vida embarcado como marino recorriendo el mundo, hizo gala de su oficio de peluquero en el que había desembarcado luego de su retiro. Un lindo momento.

Finalizamos la jornada con una muy rica cena en un restaurante atendido por una brasilera. Luego de ello, a pesar de que era temprano, nos fuimos a dormir, la etapa del día siguiente sería muy larga y encima el pronóstico anunciaba fuertes tormentas por la mañana.


Etapa 21: de Unquera a LLanes

Nos despertó la intensidad de los truenos, los rayos que los anunciaban se reflejaban contra la pared de roca que veíamos por la ventana y creaban un clima casi de película. Bajamos a desayunar y nos despedimos de las riquísimas corbatas saboreando cuatro, una peregrina alemana preguntaba donde estaba la oficina de correos para despachar su valija, practica usada por algunos peregrinos, también nos interrogaba sobre si íbamos a encarar la etapa a pesar de la amenaza de tormenta y lluvia, le respondimos que si, que salvo una recomendación de no hacerlo por que resultara peligroso la haríamos, que la tormenta formaba parte de las contingencias que tantos días como peregrinos tenía. Ella nos dijo que prefería tomar el tren hasta Llanes.

Una vez desayunados, fuimos a buscar las mochilas, por prevención les colocamos las fundas protectoras y dejamos las capas a mano por las dudas. Decididos tomamos la calle principal que nos conduciría hasta el puente por el que cruzaríamos el río Deva para comenzar a salir de Cantabria hacia Asturias. En el recorrido seguíamos comentando la cantidad de veces que el apellido Canal se repetía en los carteles. Ya cerca del puente y, justo enfrente de la confitería Canal donde el día anterior comiéramos las corbatas, una señora señalando lo oscuro del cielo a nuestro frente nos dijo "vais directo a la tormenta, quizás os convenga salir a la tarde", le dijimos que como la etapa era muy larga preferíamos seguir. Ella, al notar que éramos argentinos nos dijo que era escritora y que su camino en ese oficio lo había comenzado en virtud al conocimiento de un escritor argentino de Río Gallegos. Establecida la coincidencia de oficio conmigo recorrimos rápidamente los temas que surgen sobre esta hermosa tarea. Intercambiamos nuestros nombres y ella nos dijo que se llamaba Chus Canal, a nuestra natural pregunta respondió que sí, que era de la familia del creador de las corbatas y durante unos minutos conversamos sobre la importancia de ese apellido en el pueblo. Nos despedimos de ella y encaramos hacia el puente, al fondo, las nubes se tornaban más negras, mientras estábamos cruzando el río los truenos eran cada vez más fuertes y como comenzó a llover cuando llegamos al otro lado nos pusimos las capas.

Ni bien lo dejamos atrás comenzamos a caminar por una calle angosta, de piedra y en fuerte subida, llovía torrencialmente y los truenos le hacían la percusión a la melodía de la lluvia. Para no mentir debo decir que intimidaba un poco. Pasamos decididamente a Asturias y enseguida llegamos a Colombres, pueblo que cruzamos por una calle hasta que nos metimos en un camino de tierra, seguía lloviendo fuerte y no era el suelo ideal, por suerte enseguida llegamos a nuestra vieja conocida: la N634. Por la banquina de la misma fuimos hasta una población, allí la señal nos mandó por una ruta más chica y enseguida entramos a un camino de tierra que baja hasta un puente de piedra por el que cruzamos un arroyo, después de ahí empezamos a subir por un sendero de tierra y después sobre suelo de asfalto, al rato descubrimos que habíamos vuelto a la N634, había dejado de llover y las nubes se iban corriendo, cuando ya vimos que la lluvia no regresaba nos detuvimos para quitarnos las capas, el haber avanzado a pesar de la lluvia y los truenos hacía que nos sintiéramos felices como niños que han cometido una travesura. Continuamos por la carretera que va cerca de una importante autopista, enseguida llegamos a un lugar llamado Buelna donde tomamos algo.

Retomamos el camino por la N634 pero enseguida desviamos hacia una carretera local por donde fuimos hasta un pueblito, alli frente a un pequeño muro de piedra se ofrecen dos opciones de camino, nosotros decidimos seguir por el de la costa, el sendero GR E 9. Fue un muy agradable recorrido, muy extenso, según mis cálculos más de quince kilómetros. Nos metimos en él tras pasar el camping de una playa, después de andar un rato nos encontramos con un cartel que nos decía que estábamos frente a los Bufones de Arenillas, allí supimos que son chimeneas abiertas en la costa donde según la marea el agua salada entra a presión generando surtidores de agua, nosotros no tuvimos la suerte de verlos en acción. Más luego llegamos al mirador de un río y cruzamos por un puente que tiene un máximo de capacidad de veinte personas. Enseguida llegamos a un lugar llamado Andrín y desde ahí anduvimos por un paseo peatonal al lado de la ruta y fuimos subiendo hasta el mirador de la Playa de La Ballota. Nos enamoramos de las vistas que ofrece el sitio, nos quedamos ahí un largo rato y sacamos un montón de fotos.

Puestos ya a dirigirnos a Llanes ignoramos la ruta de asfalto que nos llevaría hasta allí y preferimos tomar por un sendero que iba por la ladera, el mismo pasa por la ermita del Cristo del Camino y baja de allí hacia Llanes. Aunque es esforzado por momentos y muy largo, las vistas que ofrece a cada rato compensan sobremanera. Bastante cansados cruzamos finalmente toda la villa para llegar a nuestro hospedaje que estaba frente al puerto. Ese recorrido nos permitió conocer Llanes, sitio que tiene rastros de lo que fue su ser medieval. Cuando nos desembarazamos de las mochilas vimos que habíamos andado treinta y un kilómetros, que eran las siete de la tarde y que habían pasado más de diez horas desde que iniciáramos la marcha. Pero estábamos felices porque la etapa nos resultó hermosa, cargada con la aventura de andar bajo la tormenta, preciosa en paisajes y porque cada día nos felicitábamos más de haber tomado la decisión de hacer el Camino.

Nos duchamos y, disfrutamos un momento de la vista del puerto y fuimos a un restaurante que estaba a cincuenta metros a por una cena temprana. Luego de ella llegó el merecido descanso.


Etapa 22: de Llanes a Nueva de Llanes

Esta fue una etapa corta, de diecisiete kilómetros. Con una temperatura agradable y el cielo nublado amenazante de lluvia salimos de Llanes por camino rural, de tierra, y rápidamente llegamos a un pequeño pueblito. Anduvimos un rato por ruta, a poco nos metimos de nuevo por otro camino de tierra y luego uno de asfalto, pasamos por un monasterio y después llegamos a la playa de Celorio. Proseguimos por un muy lindo paseo marítimo y al terminarlo seguimos por ruta hasta Barro, el siguiente pueblo. Ahí nos detuvimos un rato.

Retomamos la marcha por carretera, luego tomamos por un sendero y pasamos por la entrada a un pueblo llamado Niembro, anduvimos un momento por asfalto y enseguida nos metimos por un muy lindo sendero boscoso que nos llevó a la cercanía de la Playa de San Antolín. Pasamos por bajo de la autopista y después seguimos por un caminito hasta otro pueblo. La amenaza de lluvia era cada vez mayor. Cuando entramos a una apacible pista boscosa se largó a llover y nos vimos obligados a volver a las capas, la lluvia nos acompañaría hasta la llegada. Por un camino de tierra en subida y después por asfalto llegamos a Nueva, el hospedaje estaba en los altos, a la entrada del pueblo. Nos acomodamos y retomamos las tareas de acondicionamiento del equipamiento que el cansancio de la jornada anterior nos había hecho posponer.

Una vez listos decidimos bajar al pueblo para recorrerlo y ver donde cenar. Ubicamos un restaurante que hasta más tarde no abría, con el cielo cada vez más negro y para hacer tiempo fuimos a tomar algo a un pequeño bar. Nos sentamos frente a la barra y nos pusimos a charlar con el joven que nos atendió, rápidamente nos dimos cuenta de que era argentino, al igual que él hizo con nosotros. Cuando nos identificamos de que lugar éramos él nos dijo que era de Lanus, le pregunté de que club de fútbol era y me respondió que de Lanus, le dije que yo era hincha de Banfield y ambos nos reímos de la casualidad, resultaba sin duda muy poco común que en un pequeño pueblito de Asturias, de poco más de ochocientos habitantes se encontraran dos hinchas de esos eternos rivales futboleros del Gran Buenos Aires.

Enseguida se largó un aguacero que no cesaba, razón por la cual decidimos comernos unas hamburguesas allí y esperar a que pare. Llovió casi dos horas, cuando cesó nos despedimos del hincha de Lanus y volvimos al hospedaje. Estábamos bastante menos cansados que el día anterior así que, antes de ir a dormir, tomamos un té y miramos un rato televisión. Nos causaba gracia escucharnos decir que diecisiete kilómetros eran pocos, ya nos sentíamos peregrinos hechos y derechos.


Etapa 23: de Nueva de Llanes a Ribadesella

Después de la lluvia torrencial de la noche amaneció un día soleado y templado, como la etapa sería de apenas doce kilómetros nos levantamos más tarde que lo habitual. Disfrutamos de un abundante desayuno en la terraza del hospedaje, con vistas al pueblo. Una vez listos nos cargamos las mochilas, bajamos a la villa y por la carretera que la cruza la abandonamos, en ese recorrido pasamos un puente sobre el río Nueva. La vía del ferrocarril estuvo presente a lo largo de esta etapa y la cruzamos más de una vez

Luego de un rato de andar cruzamos un pueblo y después tomamos por un sendero de tierra en subida que nos llevó a una iglesia sobre la colina con una linda vista. Por el mismo sendero bajamos hasta un camino de asfalto donde la vía quedó a nuestro lado. Más adelante llegamos a un muy lindo puente medieval por el que cruzamos un río que vimos se llamaba Guadamia, enseguida pasamos por un caserío. Ahí cruzamos la vía que nos acompañó a nuestro lado hasta que al poco andar la volvimos a cruzar. Después anduvimos por camino de tierra con pocos desniveles hasta que otra vez tropezamos con la vía a la que volvimos a cruzar. Pasamos al lado de una cancha de futbol y mas tarde, por ruta, entramos a Ribadesella pasando por la estación de ferrocarril. Las vías del tren nos habían acompañado toda la etapa. Antes de dirigirnos al hospedaje nos comimos el clásico pincho del mediodía.

Ribadesella es una preciosa villa marinera dividida en dos por el río Sella, con playas cercanas. Por la tarde salimos a recorrerla, su puerto es muy bonito y como la mayoría de los pueblos por los que pasamos recorrer sus calles tiene un particular encanto. En su recorrido nos premiamos con un buen helado y más tarde nos fuimos a cenar. El mundial ya andaba por los octavos de final y nosotros celebramos la remontada de Bélgica frente a Japón.

Ya en el hospedaje revisamos el plano de la etapa del día siguiente y vimos que superaba en uno los veinte kilómetros, que tenía alguna que otra pendiente y el pronóstico anunciaba un día soleado y cálido así que decidimos salir temprano. Poco antes de dormirnos, cuestionando al pronóstico meteorológico, comenzó a llover fuertemente.


Etapa 24: de Ribadesella a Colunga

Esta fue una etapa tranquila, de veinte kilómetros, que comenzó cruzando un larguísimo puente sobre el río Sella a cuya salida tomamos por el muy lindo paseo de la playa de Santa Marina que está enmarcado por casas indianas. Enseguida topamos con una rotonda que tenía un barco pesquero en el centro. A la altura del segundo pueblito que cruzamos nos encontramos con una obra dedicada a las antiguas lavanderas. Esta etapa fue pródiga en paisajes y anduvimos por montes con vista a una serie de playas tales como La Vega, Arenal de Morís, La Espasa y La Isla. En Colunga, antes de llegar a la pensión, la detención inevitable habida cuenta la historia de mi madre, frente a un refugio antiaéreo de la guerra civil. Un precioso recorrido fue el de este día, que nos hizo detenernos a cada rato para intentar agregarle memoria fotográfica a la emotiva.

La jornada habría quedado registrada como una muy bonita y de tranquilo paso rodeados por la belleza de Asturias. Sin embargo, después de haber retomado la ruta N632 y cuando al pasar frente al hotel Monte y Mar nos disponíamos a obedecer a la señal del camino tomando a la izquierda por un un sendero que se veía totalmente cubierto de barro, la voz de una de las personas que estaban sentadas a una mesa nos advirtió "¡no toméis por allí, está intransitable, os conviene seguir a Colunga junto a la Nacional, también es una opción válida!". Así fue que gracias a la casualidad conocimos a José Antonio García Calvo y supimos de su increíble historia.

Nos detuvimos y nos acercamos a él para agradecerle el consejo, iniciando de ese modo una deliciosa conversación que sostendríamos durante el rato que permanecimos allí tomando algo. Junto a él estaba Fernando, el dueño del hotel quien nos introdujo en la historia de su amigo. José Antonio es un andaluz, nacido en el puerto de Santa María, en Cadiz. Su destino de marinero se inició ahí y navegó por los mares del mundo. En 1999, navegando como pescador de aguas profundas por el mar del Norte, en Noruega, su barco bacaladero sufrió un naufragio del cual él fue el único sobreviviente entre quince tripulantes.

El momento invitaba a prolongar la conversación, así fue que, como sucede a veces en el encuentro entre peregrinos la seguimos. Durante la charla nos contó que estuvo nueve horas flotando entre dos cadáveres, mientras esto sucedía le prometió a la virgen del Carmen que si se salvaba recorrería todos los caminos del mundo en peregrinación visitando templos. Un rato después lo rescató un helicóptero. Luego del tiempo que estuvo internado se lanzó a cumplir su promesa, eso ocurrió en el año dos mil después de que lo recibiera el Papa Juan Pablo II y así fue como durante diez años recorrió 103.000 kms, nos contó que rezó en la catedral de Noruega, que visitó los templos de Tibet y Nepal, que estuvo en la gran mezquita de la Meca y que entre los templos a los que llegó está el de la Virgen de Lujan en nuestro país.

Es dueño de un fantástico humor y a cada rato brota un chiste de su ingenio andaluz, cosa que mecha con alguna reflexión profunda, dice que su camino fue duro, muy duro, pero que igual lo define como bonito. Enseguida sale de ese clima y habla de la enorme cantidad de anécdotas que juntó en su peregrinar, y de su libro que titula: "Los tres enemigos del peregrino: los curas, los perros (de dos patas) y los pies."

Y así, entre chistes, reflexiones y anécdotas discurrió uno de los momentos más bonitos que Sara y yo vivimos en nuestra condición de peregrinos del Camino del Norte a Santiago de Compostela. Fernando me invitó a firmar el libro de peregrinos que tiene en el hotel, lo que acepté de buen grado, es muy lindo dejar huella escrita del paso por un lugar. Después nos despedimos cordialmente de él y de Pepe, así le dicen a este formidable peregrino, y comenzamos a andar los pocos kilómetros que nos separaban de Colunga. Naturalmente este encuentro fue el tema central de conversación hasta nuestra llegada y también durante la cena.

Hoy, al escribir el diario de esta etapa, se me ocurre pensar en una analogía entre él y yo que va más allá del "Pepe" que nos une. José Antonio inició su camino andariego después de salvarse de la muerte, y yo, desde aquella primera vez que subimos a la Laguna de los Tres en El Chalten que nos lanzó a Sara y a mí a nuestro propio camino andariego, sostengo como hipótesis que esto lo hacemos como una manera de engañar a la muerte, convertidos en blancos móviles. Bueno... permítaseme esta digresión en el relato de la etapa de este día, y que surge de cierta manía mía de establecer analogías.


Etapa 25: de Colunga a Villaviciosa

En esta etapa nos distanciamos del mar, la zona se volvió montañosa y rural y la lluvia, por momentos torrencial, fue la gran protagonista de la jornada.

Con el cielo amenazante de lluvia salimos de Colunga por su calle principal que es en definitiva la ruta nacional que cruza el pueblo, luego tomamos por otra ruta por la que andaríamos varios kilómetros, ni bien comenzamos a transitarla comenzó a llover, por momentos con bastante intensidad. Subimos una cuesta bastante esforzada y descansamos un poco, de la subida y de la lluvia, en el pórtico de una vieja iglesia.

Siempre bajo la lluvia retomamos la marcha y encaramos una muy larga trepada mucho más esforzada que la anterior, pasamos por un par de caseríos y con muchas ganas de que finalice la subida llegamos a un pueblito donde empezamos a bajar hasta llegar a Priesca donde se encuentra la muy antigua iglesia de San Salvador, declarada monumento nacional y que es del período prerromanico, termino con el que se define a los tiempos del arte medieval en la Europa de occidente. Es un lugar que merecía la pena visitar por su singular belleza, para no mentir debo decir que salir un poco de la lluvia también nos motivó a llamar a la cuidadora para que nos abra. La señora nos atendió muy amablemente y nos mostró la iglesia, fue una muy interesante visita para matizar un día que venía medio gris.

Sin llover, pero con la amenaza de que pronto volvería a hacerlo retomamos el camino y a poco de andar entramos a un sendero boscoso muy bonito. Ni bien lo hicimos comenzó a llover fuertemente, el agua cruzaba el sendero con mucha fuerza y el día se oscurecía un montón. Con espíritu aventurero seguimos adelante, aunque no puedo negar que la situación empezaba a imponernos respeto. En un momento el sendero se puso empinado, el agua bajaba con fuerza y costaba subir, había muchas piedras y nos obligaba a andar con mucho cuidado para evitar algún resbalón. Finalmente, con alivio y felices por la aventura transitada pero siempre bajo la lluvia llegamos al asfalto y por un viaducto cruzamos la autopista. El cartel del albergue de Sebrayo nos hizo pensar en quedarnos, pero decidimos seguir los seis kilómetros que nos faltaban para culminar la etapa.

Por un camino a la par de la autovía y después de un larguísimo y aburrido rodeo en el que la cruzamos por un puente para llegar a una ruta por la que al rato volvimos a cruzarla otra vez por abajo entramos a Villaviciosa, siempre lloviendo.

Con gran alegría llegamos al hotel Carlos I, una joya de alojamiento en una casa de más de cuatrocientos años en la que nos encantó alojarnos. La dueña nos recibió muy hospitalariamente y con gran amabilidad. Como hacen con los peregrinos que se alojan allí nos regaló una vianda para el día siguiente en el que había atravesar una cuesta muy grande.

Ya alojados nos dedicamos a acondicionar todo después de tanta lluvia, sobre todo las zapatillas que no solo estaban embarradas sin empapadas. Después de ello y ya sin lluvia salimos a recorrer la villa, un lugar muy lindo y pintoresco y en cuyo recorrido nos volvió a invadir el encanto que nos produjeron otros sitios.

La recompensa final fue la cena en un cálido y amigable restaurante. La camarera nos brindó una muy cordial atención y disfrutamos del más abundante de los menús peregrinos de todo el camino, el mismo estaba compuesto de tres platos muy abundantes, postre, vino, gaseosa (asi llaman a unas botellas de agua gaseosa con limón) y café. Con buen apetito dimos cuenta de todo y por un muy módico precio. Después de una etapa bastante complicada fue un verdadero placer haber estado en Villaviciosa.

Había varias mesas ocupadas por peregrinos y así tuvimos el primer contacto con Oscar y Jorge, dos jóvenes colombianos que hace años residen en Buenos Aires y que también estaban haciendo el camino desde Irun. Conversamos un poco con ellos de mesa a mesa y ahí nos enteramos de que ese sendero boscoso que tanto nos costó atravesar, cuando ellos quisieron recorrerlo no pudieron porque el agua lo impedía lo que los obligó a llegar a Villaviciosa por la ruta.

Con el clásico "Buen Camino" nos despedimos y charlando sobre el episodio del sendero nos fuimos a dormir, todavía no sabíamos que la etapa del día siguiente sería una de las más agotadoras de nuestra aventura como peregrinos.


Etapa 26: de Villaviciosa a Gijón

Iniciamos la etapa con la ya consabida amenaza de lluvia, la que por suerte no se concretó. Alertados de que esta era una de las etapas más duras del camino por las dos importantísimas cuestas a subir, salimos temprano El tramo inicial fue un muy lindo paseo por un parque, luego por asfalto pasamos por un pueblo llamado Amandi con una bonita iglesia. Enseguida nos encontramos con una sidrería (la sidra es la bebida que caracteriza a Asturias y hay infinidad de sidrerías donde el servirla es un verdadero arte, para hacerle honor a esa artesanía anoche en Villaviciosa disfrutamos de un par de vasos) y doblamos por una calle para después cruzar un puente medieval en loma sobre un río cuyo nombre no anoté y que ahora lógicamente no recuerdo.

Luego de haber andado unos cuatro kilómetros llegamos a Casquita donde se presenta una disyuntiva muy importante: tomar a la izquierda hacia Oviedo para hacer el Camino Primitivo o seguir de frente hacia Gijón para continuar por el del Norte. Por una suma de razones que van desde lo paisajístico a lo afectivo nosotros desde el principio habíamos decidido ir a Gijón. Nos detuvimos un momento frente a una casa en la que había un espacio con vieiras pintadas con la cruz de Santiago que uno podía llevar dejando un pago a voluntad y también un sitio para descansar. Esa parada fue importante ya que al poco de retomar la marcha posibilitó que nos encontráramos con una señora que salía de su casa y que, al distinguirnos como peregrinos, nos detuvo para advertirnos que tuviéramos cuidado ya que un poco más adelante alguien había alterado una señal y nos explicó que camino tomar para evitar perdernos y hacer muchos kilómetros de más, en una etapa que ya de por sí era larga esto hubiera sido muy malo. Le agradecimos su gesto y seguimos la marcha hablando de este nuevo encuentro casual.

Unos kilómetros más adelante y cuando ya debíamos llevar recorridos diez iniciamos el ascenso al Alto de la Cruz, ¡450 mts en durísima subida! Verdaderamente fue un esfuerzo tremendo subirlo. Lo tomamos con mucha calma y haciendo las necesarias paradas para tomar resuello, esto nos permitía no solo recuperarnos sino disfrutar de unas vistas espectaculares. En cada loma que subíamos alimentábamos la esperanza de que sería la última diciéndonos que ya estábamos cerca de la copa de los árboles y que más no íbamos a subir, pero no, cada recodo nos derribaba la ilusión. Finalmente, con nuestro físico acusando el impacto, llegamos por fin a la última que nos desembarcó en el Alto: la vista era magnífica y un precioso valle se veía en el fondo, se lo notaba rural y con ganado.

Después de ello empezamos a bajar por asfalto, bueno... bajar era poco decir, así como empinada había sido la subida, inclinada era la bajada y con nuestras rodillas en queja avanzábamos a toda velocidad. Así llegamos a Peón, pasamos por su iglesia llamada de Santiago y después nos dirigimos a un bar llamado Casa Pepito donde compramos bebidas y en unas mesas dispuestas afuera dimos cuenta de la vianda que nos obsequiaran el día anterior en el Carlos I. A esa altura el día estaba pletórico de sol. A poco de estar ahí llegaron los dos jóvenes colombianos que habíamos encontrado la noche anterior en la cena. Se sentaron al lado nuestro e iniciamos una muy amena conversación, así supimos que tenían poco más de treinta años, que uno era economista y el otro ingeniero y que vivían juntos en Buenos Aires, que ambos se habían quedado sin trabajo unos meses atrás y que habían juntado sus indemnizaciones para tomarse un año sabático viajando por el mundo y que su itinerario incluía el Camino del Norte, el que habían empezado en Irun días después que nosotros, su juventud les permitía hacer las etapas no tan divididas como nosotros lo que les permitió alcanzarnos en Villaviciosa. Oscar y Jorge, así se llamaban los jóvenes, son dos personas muy simpáticas, daba gusto conversar con ellos y disfrutamos el encuentro. LLegado el momento de retomar la marcha intercambiamos los números de teléfonos y convinimos en que seguramente nos volveríamos a cruzar a lo largo del camino para continuar la charla.

A poco de andar comenzamos a ascender el Alto del Curbiello, el segundo de la etapa de 275 mts de altitud, menor que el anterior pero no carente de dificultad y exigencia de esfuerzo, bueno... tal vez a esa altura del día nos pesaba el otro. Finalmente, y ya en franco descenso llegamos a Deva: el pueblito donde habíamos planeado dormir. Comenzamos a buscar el lugar para alojarnos y no lo encontramos, la opción de búsqueda ofrecía muchas subidas y a esa altura, con casi treinta kilómetros en el lomo, las mismas no nos atraían. Preguntamos en el camping, pero nuestro equipamiento no era apto para quedarnos allí. Así que, nos miramos, y en mutuo asentimiento decidimos arremeter el tramo hasta Gijón. Elegimos la opción del camino oficial y por un sinnúmero de calles de barrios residenciales entramos a la ciudad por la larga calle Ezcurdia.

Llegar a Gijón era para mi volver a un sitio familiar, se trataba de mi sexto arribo a este hermoso y hospitalario lugar, en el recorrido de entrada sonaban en mi memoria ecos de viejos momentos: la entrada con mi prima Isabel por la calle Carlos Marx para la primera presentación de Espejos de dolor en el Ateneo Obrero, las otras presentaciones de esta misma obra, la de Pompilio Madrigal, otro de mis libros, en el Bar La Revoltosa y la de mi novela Ouroburus en la Librería Imperia. Y también estaba el reciente éxito de la presentación en ese mismo lugar del libro que le editáramos a Fini Gómez Pérez, con ella nos encontraríamos el día siguiente en Librería Imperia, al igual que con Ana y Marje, sus dueñas. En una palabra, llegar a Gijón era para mi como llegar a casa. Ya atardecía cuando llegamos al Hotel Castilla donde me alojara en otras ocasiones, tuvimos la fortuna de ocupar la última habitación disponible, estábamos en verano y los alojamientos de Gijón suelen estar completos.

Dejamos las cosas en la habitación, nos duchamos y ya oscureciendo salimos a cenar, lo hicimos en una mesa en la vereda de la famosa calle Corrida. Estábamos realmente cansados y no era para menos: habíamos caminado poco más de treinta y seis kilómetros.


Etapa 27: Recorriendo Gijón y llegada a Perlora

La circunstancia de haber tenido que sumar a la planificación del día anterior el recorrido entre Deva y Gijón nos dio la posibilidad de armar para hoy una etapa distinta. Originalmente el recorrido previsto era desde Deva, pasando por Gijón, hasta Perlora, lugar donde conoceríamos en persona a Fini Gómez Pérez, una exquisita y sensible escritora que descubrimos en Facebook. Nos gustó tanto su estilo que le ofrecimos editarle a través de Escritor de la legua sus textos de prosa poética, ella aceptó y de ese modo surgió "Juntando (mis) letras", libro que con gran éxito se presentó el anterior 15 de mayo en la Librería Imperia.

Aprovechamos entonces la oportunidad que nos dio el cambio para recorrer por la mañana Gijón, y en particular Cimadevilla, ese encantador barrio que constituye la parte más antigua de la ciudad. Así que, haciendo gala de mi conocimiento del lugar salimos hacia él por la calle Corrida hacia el fondo y caminamos bajo mi guía turística. Disfrutamos de la subida al cerro Santa Catalina para acercarnos al Elogio del Horizonte, vimos la muralla, las termas y la estatua de Octavio Augusto, vestigios del Imperio Romano. Anduvimos también por la Plaza Mayor, El Ateneo Jovellanos, el Café Dindurra, la playa de San Lorenzo y El Molinón, estadio del Sporting.

Luego de todo esto nos dirigimos al barrio de Montevil para ir a la librería Imperia donde nos encontraríamos con Ana y Marje, sus dueñas. Allí hablamos, entre muchas otras cosas, de los ecos todavía resonantes de la presentación del mes de mayo. En el encuentro estaban también personas que conociera yo en mis presentaciones anteriores tales como Ángeles, Azucena, Pilar y la escritora Reyes Martínez Hernández quienes habían tenido la amabilidad de acercarse para saludarnos.

Finalizado el encuentro nos fuimos a Perlora para acomodarnos en el hotel Piedra. Allí finalmente tuvimos el placer de conocer a Fini, a quien solo conocíamos por sus letras. El encuentro nos permitió descubrir a una mujer dueña de una gran simpatía y hospitalidad que nos recibió con los brazos abiertos. Luego de conversar un rato fuimos a recorrer el lugar y sobre todo a tomarnos una foto en el mirador cuya imagen fuera la tapa de su libro. El momento iba ganando en emoción. Después de la foto seguimos la caminata en medio de una entretenida charla que en la medida que se desarrollaba iba poniendo in crescendo las afinidades entre Fini y Sara. Con el Cantábrico a nuestra diestra seguimos caminando hasta la bonita villa de Candas donde tomamos algo para después revertir el camino hasta Perlora. El anochecer al lado del mar se había puesto frío. En el afán de extender un momento que resultaba absolutamente agradable y emotivo cenamos en el restaurante del hotel al calor de una inagotable conversación. Finalmente nos despedimos hasta el día siguiente ya que ella y Ángeles nos acompañarían en la caminata entre Perlora y Avilés.

Sin duda que había sido una jornada muy distinta a otras, dividida en el paso por Gijón y el encuentro con Fini, quien, con su don de gentes y conversación, nos había permitido explicarnos su sensibilidad como escritora. Con Sara nos sentíamos muy felices de haberla conocido y de aquella decisión de editarle su libro.

La casualidad ha hecho que yo publique esta entrada el día en que Fini está presentando su libro en la escuela de Regueral - Candas (Asturias). A modo de acompañamiento a ese momento tan especial para quienes escribimos dejo aquí uno de los textos de su libro y que define su sensibilidad como escritora.

"Dejaba pasar la luz a través de las cortinas de su piel y los resquicios de su alma. Para iluminarse... para iluminar. (Resquicios del alma)


Etapa 28: de Perlora a Avilés

Esta etapa hasta Avilés es probablemente la más aburrida del camino ya que en su trazado oficial se anda mucho sobre asfalto y por zona industrial. Lo más bonito que tiene es la ciudad de Avilés, en la cual recorrer su casco viejo resulta bastante atractivo junto con sus palacios e iglesias.

Felizmente la circunstancia de salir de Perlora mejoró mucho la cosa ya que si bien sin grandes paisajes anduvimos buena parte de la etapa a campo traviesa. Pero lo mejor que tuvo fue el hecho de que nos acompañaran Fini y Ángeles, ambas hicieron que los veinte kilómetros que anduvimos se nos pasaran sin darnos cuenta. Ángeles es dueña de una gran simpatía y un humor fantástico que ejerce a través de su locuacidad, arrancándonos a cada rato una carcajada. Tiene una historia de vida muy rica y ha atravesado muchas circunstancias difíciles, es una de esas naturales sobrevivientes que supera toda clase de obstáculos. Las anécdotas del tiempo que pasó en Perú, Budapest y el sur de España son muy ricas y ella las narra con particular encanto. Cuando nos quisimos dar cuenta estábamos ya en la ruta de entrada a Áviles de camino a su casco viejo, donde estaba la pensión en la que dormiríamos. Una vez ubicada la portada de esta nos sentamos a tomar algo en una mesa en la vereda dando inicio a la despedida, transcurrido un rato de conversación desembocamos en el adiós, nos saludamos afectuosamente y les dimos las gracias a ambas por el acompañamiento y hospitalidad, luego ellas se marcharon a tomar el tren a sus casas. Eran estas dos últimas jornadas otros de esos momentos que se atesoran en el anaquel de los buenos recuerdos.

Ingresamos a la pensión atendida por su dueña y un enorme perro que la seguía a todas partes. El lugar distaba mucho de tener altos estándares de limpieza y las camas cuchetas de la habitación no parecían muy acogedoras y se las veía una tanto inestables, el baño quedaba muy lejos de la pieza y competía con esta en falta de higiene, pero bueno, esto también formaba parte de las contingencias peregrinas así que lo tomamos con humor y riéndonos nos dijimos que esto engrosaba el caudal de anécdotas. Mientras acomodábamos nuestras mochilas surgió el único conato de problema físico que tuvimos en todo el camino: unos kilómetros antes de llegar a Avilés yo había sentido un tirón en la espalda el que le atribuí a un movimiento que hice con la mochila, cuando estaba subiendo esta a la litera de arriba se repitió con mucha intensidad, paralizándome, el dolor se tornó muy fuerte y me dobló en dos. Con mucha dificultad me recosté en la cama, pero el malestar no solo no cedía sino que crecía en intensidad, en ese momento se me cruzó la angustiante idea de que no podría seguir. Entre la batería de medicamentos que llevábamos por cualquier emergencia había unos comprimidos de diclofenac más un relajante muscular, dispuesto a darle batalla al malestar para poder seguir camino me tomé uno y me quedé acostado. Estuve así unas horas en las que dormité. Pasado ese tiempo empecé a probar de moverme y noté que, aunque aún latente el dolor había cedido muchísimo cosa que me llenó de alivio. Decidido a alimentar la mejoría fui a bañarme y dejé que en la zona afectada me cayera agua caliente un buen rato, por suerte en esto la pensión estuvo a tono.

El matrimonio de avilesinos con el que conversáramos en Castro Urdiales nos había recomendado un lugar para comer esa delicia de la cocina asturiana que es el cachopo (dos bifes de carne rellenos con jamon serrano y queso cabrales y luego empanados) acompañado con papas fritas. Como vimos que ese sitio estaba bastante lejos de la pensión decidimos comerlo en algún otro más cercano. Una vez listos y para probar el estado de mi espalda con vistas al día siguiente salimos a hacer una breve caminata por los alrededores. Por suerte me sentía bien, con algunas molestias pero podía caminar, anduvimos unas cuadras y sacamos unas pocas fotos de los edificios que nos llamaron la atención. Finalmente dimos con un restaurante muy lindo a dos cuadras de la pensión y entramos allí para agasajarnos con el cachopo que nos prometiéramos. El mismo no nos defraudó y disfrutamos de un excelente plato. Si pasás por Asturias alguna vez el cachopo es una cita obligada.

Luego de ello y chequeando el comportamiento de mi espalda baja volvimos a la pensión, una vez en la pieza me tome otra pastilla del medicamento y me acosté con cierta molestia y la intriga de como estaría mi espalda al día siguiente para cargar la mochila durante nada más ni nada menos que durante veintiséis kilómetros con alguna que otra subida.


Etapa 29: de Avilés a Cudillero

Luego de la primera verificación de la espalda y de tomar el desayuno vino la prueba de fuego: cargarme la mochila. El resultado fue bueno y con gran alegría iniciamos la etapa. Rápidamente salimos de Aviles y avanzamos por el costado de la ruta siempre en zonas edificadas, no era el recorrido más estimulante pero mi espalda agradecía la baja exigencia.

A pocos kilómetros de la salida nos encontramos con un simpático peregrino valenciano que hacía el camino con su caballo. Nos detuvimos un momento a charlar con él y nos contó que era el tercer camino que hacía.

Continuamos la marcha con la misma fisonomía de camino y más adelante se nos acercó un señor interesado por nuestra condición de peregrinos. Nos acompañó un tramo hasta llegar a la altura de su casa y en la conversación nos contó que había regresado a su pueblo después de que de joven se fuera a trabajar a Bélgica.

Más adelante tomamos por un muy lindo paseo desde el que veíamos un castillo y una ría, llegamos a una rotonda muy grande y vimos que era la de Soto del Barco. Después de eso cruzamos el puente sobre la ría del Nalón, tarea que es una verdadera peripecia ya que tuvimos que andar por un angostísimo espacio entre el guardarail y la baranda que evita que caigamos al agua. Recién después de ahí entramos a un camino de tierra y luego por un pequeño sendero terminado el cual cruzamos una ruta y por un entramada de estrechas calles fuimos en fuerte subida hasta Muros de Nalón donde en un bar, junto a varios peregrinos, comimos una hamburguesa.

Una vez que salimos de Muros de Nalon anduvimos por un muy bonito sendero atravesando un bosque y finalmente llegamos a la localidad de El Pitu. Desde allí encaramos hacia Cudillero, de camino pasamos por una construcción muy grande que vimos que era el Palacio de Selgas.

En fuerte bajada llegamos a Cudillero y allí nos surgió una espontanea expresión de admiración, ese pueblo es FANTÁSTICO. Esa villa marinera y pesquera, con su casas colgadas de las laderas y de un colorido increíble es en si mismo una bella postal. Es un lugar que enamora, recorrerlo una experiencia de esas que no se olvidan y es tanto el placer que provoca que, a pesar de la etapa ya en nuestras espaldas, no sentimos las fuertes subidas. Nos felicitábamos de haber tomado la decisión de desviarnos unos pocos kilómetros del camino oficial para dormir allí. Me atrevo a decir que Cudillero es el pueblo más bonito de Asturias. Sacamos fotos hasta el cansancio con la ilusión de que quedara guardada, como en nuestra memoria, la maravilla de ese lugar y su estallido de colores.

Luego nos fuimos a Casa Julio, un clásico restaurante en el cual una selección de raciones de pescado que fueron de las zamburriñas al pulpo coronó un día fantástico. Como colofón y ara terminar de abrirle la puerta al descanso: la empinada cuesta hasta el hotel. Mi dolor de espalda se había quedado definitivamente alojado en la Pensión La Fruta de Avilés.


Etapa 30: de Cudillero a Novellana

Con una hermosa mañana iniciamos la salida de Cudillero, haríamos una etapa corta de tan solo catorce kilómetros, nos llevábamos la increíble belleza de esa villa pesquera y en un intento de retenerla aún más seguíamos sacando fotos. Mientras filmábamos el habitual video de la salida reparábamos que cumplíamos un mes de camino, nos sentimos muy felices por ello y a esa altura ya no nos cabía duda de que en quince días estaríamos entrando a la Plaza del Obradoiro.

La salida de Cudillero no era sencilla, una muyyyy larga subida por asfalto se nos ofrecía por delante y con gran entusiasmo la acometimos. En su transcurso nos encontramos con otros peregrinos, dos matrimonios de la zona de Valencia con quienes conversamos un rato. Finalizado el asfalto nos metimos por un hermoso sendero boscoso al lado del mar y pasamos junto a la playa La Concha de Artedo. Después llegamos a Soto de Luiña donde paramos a comer el habitual pincho, en la mesa de al lado estaban los matrimonios valencianos con quienes charlamos un rato largo. Nos dijeron que ellos estaban haciendo el camino por etapas anuales y que este año su recorrido terminaba en Ribadeo. Varias veces nos cruzaríamos con ellos después de este encuentro, iban a un ritmo parecido al nuestro y se alojaban en los mismos lugares.

Al retomar la marcha y frente a un hotel se nos presentó la opción de tomar por Ballota, la variante costera, cosa que hicimos, no nos arrepentimos de ello. Después de pasar por una ermita nos metimos por un sendero y atravesamos una fuerte subida y una bajada por la que cruzamos un arroyo haciendo equilibrio sobre las piedras. Este subir y bajar se denomina "ballota". Luego supimos que esta estaba en un lugar llamado Albuerne y que había sido solo un aperitivo de otras mucho más esforzadas que cruzaríamos al día siguiente.

Finalmente desembocamos en nuestra conocida N632 para llegar a Novellana y alojarnos en El Fornón. Una vez acomodados salimos a dar una vueltita, no había mucho que ver ya que solo se veían unas casas y la iglesia. Nos volvimos a encontrar con los valencianos con quienes charlamos un momento y luego nos fuimos a cenar.


Etapa 31: de Novellana a Cadavedo

Durante el tránsito de esta etapa caímos una vez más en la tentación de decir que era una de las más hermosas del Camino, a sabiendas de que en alguna de las siguientes sentiríamos lo mismo. Lo cierto es que es de una belleza muy grande, con sus bosques, cursos de agua, ballotas, increibles vistas del Cantábrico y la formidable Playa del Silencio. El enunciado de "etapa corta" que nos hacíamos la noche anterior a tramos como estos de apenas catorce kilómetros ya no nos garantizaba comodidad en el andar, el trayecto hasta Cadavedo se encargó de validar esta nueva sensación. Recorrerla fue tan hermoso como complejo.

A poco de salir de Novellana llegamos a la primera ballota del día, la que habíamos cruzado el día anterior había oficiado de anuncio. Hoy cruzaríamos seis, cada una más difícil que otra. Complicaba la cosa que las lluvias recientes y el paso de ganado habían vuelto muy barroso el suelo en un par de ballotas y por momentos no quedaba otra que meter el pie en el barro casi hasta los tobillos, en algunos tramos, en un intento por evitar esto, caminábamos por el borde sobre el pasto, el problema es que esto nos obligaba a pegarnos a las hortigas que se hacían un festín con nuestros brazos dejando huellas que ardían como loco. No se sabía que era peor, si el remedio o la enfermedad, como otras tantas de las contingencias que llevábamos acumuladas lo tomamos con humor. Por suerte en el resto de la etapa el suelo estaba firme. Otro problema eran algunos de los cursos de agua que había que cruzar sobre piedras mojadas, con el riesgo de una caída que podría traer desagradables consecuencias. En una de ellas Sara estuvo a punto de caerse de cara a las piedras, por alguna de esas cuestiones de reflejos que uno no sabe que tiene, alcancé a estirar muy rápido el brazo izquierdo para sostenerla, esto le dio la posibilidad de evitar caerse apoyando el bastón. Supongo que por el aventurero espíritu de peregrinos que se había apropiado de nosotros ninguna de estas peripecias afectó nuestra marcha ni el ánimo, por el contrario, nos sentíamos felices de hacer el Camino superándolas.

Así como intensas fueron estas peripecias, enorme fue la recompensa con forma de paisajes: ballotas, bosques, senderos, la preciosa playa del Silencio y acantilados con el Cantábrico desplegando su imponencia, colocándonos en privilegiados espectadores.

Una vez que pasamos por Castañeras y la playa del Silencio fuimos a Santa Marina, llegamos a Ballota y después de andar por la ruta unos metros bajamos por un camino de tierra para enfrentar la quinta ballota, cruzamos un río llamado Cabo por un puente de piedra y después fuimos en fuerte subida por un sendero entre cerrada vegetación, aquí el barro y las hortigas nos rodearon. Luego de dejar atrás un pueblo anduvimos por un sendero forestal en los bosques y cerquita de los acantilados, por un pequeño valle disfrutamos de increíbles vistas sobre el mar. Pasamos por un par de caseríos, salimos de la ruta por un sendero de hierbas y cruzamos la última ballota. Después de una fuerte subida llegamos finalmente a Cadavedo y al merecido descanso.


Etapa 32: de Cadavedo a Luarca

La etapa se anunciaba como corta, quince kilómetros, y de baja dificultad, solo había una subida de 250 mts. Salimos con el cielo nublado y amenaza de lluvia. A la salida nos pasaron un par de peregrinos con los que intercambiamos el clásico "Buen camino". Entre asfalto y caminos de tierra arbolados fuimos avanzando, el cielo se oscurecía cada vez más y la lluvia acechaba. En un momento llegamos a un muy bonito sendero boscoso, en subida, aunque era media mañana estaba muy oscuro, un rato antes habíamos colocado las coberturas de las mochilas dejando las capas a mano. En plena subida comenzó a llover, nos detuvimos a colocarnos las capas, unos metros atrás vimos a una joven peregrina, muy alta, que estaba en la misma tarea. Enseguida continuamos, a poco andar la joven que viéramos nos pasó a gran velocidad, con Sara nos dijimos que era notable el paso rápido y sostenido que llevaba, luego sabríamos que su nombre era Katy, y que era irlandesa. Varias etapas adelante compartiríamos una cena con ella. La lluvia se volvió torrencial y era incómodo avanzar, así anduvimos un largo rato. A la altura de un recodo, con la lluvia más suave y ya en descenso nos detuvimos para buscar la señal que nos marcaría el camino a seguir, vimos que se acercaban dos peregrinos y pensamos que eran los que cruzáramos a la salida. Cuando se acercaron y se quitaron las capuchas descubrimos con alegría que eran Oscar y Jorge, los colombianos que conociéramos en Villaviciosa. Contentos por el encuentro nos saludamos y conversamos mientras seguíamos la marcha, ellos nos preguntaron si no habíamos visto pasar a una peregrina muy alta que andaba a paso rápido. Cuando le dijimos que si se pusieron contentos y nos contaron sobre Katy, con quien hacía unas etapas venían compartiendo la marcha, había en ellos una amigable actitud de protección. Un poco más adelante llegamos a una iglesia y en un banco al costado de la misma, bajo techo, estaba Katy que celebró el reencuentro con Oscar y Jorge. Permanecimos un rato conversando y luego nos adelantamos.Ya prácticamente no llovía y con comodidad llegamos a Luarca, en realidad llegamos a la parte de arriba del pueblo que está abajo, a la orilla del mar. La vista desde allí es preciosa y la fuimos disfrutando hasta llegar, el lugar nos hizo recordar a Cudillero por las casas en alto. Finalmente llegamos y en el centro del pueblo nos cruzamos con los dos matrimonios que encontráramos al a salida de Cudillero. Ya ibamos armando un grupo de peregrinos conocidos. Luego fuimos a nuestro hotel y nos alojamos.

Antes de cenar recorrimos Luarca, es en verdad un pueblo muy bonito. De los siete puentes que lo cruzan hay uno que es llamado el del beso y que tiene una leyenda que está descripta en el enlace siguiente:

Luego nos fuimos a descansar. La etapa del día siguiente era de más de treinta kilómetros por lo que decidimos cortarla, a esa altura y con más de 600 kms en el lomo queríamos cuidar la máquina.


Etapa 33: de Luarca a Navia

Habida cuenta de que habíamos diseñado una etapa corta (causaba gracia oírnos llamar corta a una etapa de 20 kms) nos levantamos más tarde de lo habitual y desayunamos en el amigable bar donde la tarde anterior tomáramos un café.

Dejando atrás la plaza salimos por la calle Uria y después empezamos a subir por una sinuosa calle hasta que llegamos a una iglesia y a un mirador que nos regaló la última vista de la bella Luarca.

Después continuamos por angostos caminos asfaltados, pasando por las ruinas de una iglesia y llegamos a un lugar llamado Villuir, ahí hay un simpático jardín dedicado a los peregrinos que entre muchas cosas tiene una fuente dedicada a Santiago. Más adelante desembocamos en un pueblo llamado Villapedre donde hay una bonita iglesia.

Fue esta una etapa muy plácida en la que anduvimos entre de la autovía con sus colosales viaductos y nuestra vieja conocida la N634. Matizando el camino anduvimos por un bosque, algunos cursos de agua y algún que otro sendero de tierra. La primera parte de la etapa fue en subida hasta alcanzar los 200 metros, debíamos estar ya bastante entrenados a este momento porque ni la sentimos.

Finalmente entramos en Navia, un simpático y amigable pueblito al que disfrutamos de recorrerlo. En esta etapa no nos encontramos con ningún peregrina o peregrino. Supongo que los que andaban salieron de Luarca muy temprano teniendo en cuenta que la etapa completa superaba los treinta kilómetros.

Una vez que terminamos el paseo por Navia nos agasajamos con un muy abundante y riquísimo menú peregrino.


Etapa 34: de Navia a Tapia de Casariego

Etapa de veinte kilometros de apacible recorrido. Salimos de Navia en ascenso con una bella vista de la ciudad y la ría. Luego llegamos a un caserío en el que había una ermita. Después anduvimos por un muy lindo tunel vegetal que nos resultó corto, a partir de ahi por algún camino vecinal, nuestra vieja amiga la N634 y la compañía de la autovía llegamos a La Caridad, pueblo al que no entramos y seguimos recto por el camino.

A partir de allí anduvimos por suelo llano y, al elegir la variante costera, pasamos por muy bonitos lugares cercanos a la costa y los acantilados, conscientes de que en dos días dejaríamos atrás el Cantábrico queríamos despedirnos de él. En Porcia, playa, nos clavamos el habitual pincho.

Por asfalto seguimos avanzando y después de pasar un barrio llegamos a Tapia de Casariego, un hermoso pueblo a orillas del mar que por la tarde, luego de descansar, recorrimos.

Estábamos muy contentos, nos faltaban solo 230 kilómetros para llegar a Santiago y ya no teníamos dudas de que lograríamos nuestro objetivo, los muchos kilómetros que llevábamos caminados estimulaban esa certeza. Ese era el día de la festividad de Tapia de Casariego y el pueblo rebosaba de animación, para sumarnos a ello y celebrar lo caminado hasta ahora nos apartamos del menú peregrino, disfrutando de una ronda de ricos platos.


Etapa 35: de Casariego a Ribadeo

Etapa muy corta que diseñamos para encarar la próxima, que sería larguísima y de gran exigencia, con un ascenso de más de 500 metros. También el llegar temprano nos posibilitaría recorrer Ribadeo y acostarnos temprano para el desafió del día siguiente.

Salimos de Tapia por la plaza principal, junto a la iglesia, y después tomamos por un muy lindo bidegorri desde el cual teníamos preciosas vistas de la playa.

Luego por ruta cruzamos un pueblo, llegamos a una ermita y de ahí bajamos a la hermosa playa de Peñarronda, un verdadero privilegio. Más adelante cruzamos otro pueblo y finalmente llegamos al Puente de los Santos por el que cruzaríamos la ría del EO para dejar atrás Asturias y entrar en Galicia. De ese mismo modo dejaríamos al Cantábrico que nos regalará su belleza a lo largo de muchos kilómetros, ya no lo volveríamos a ver. Antes de cruzarlo descansamos un rato, despidiéndonos de ese mar. Luego acometimos el interminable cruce del puente para desembocar en Ribadeo, ciudad a la que entramos subiendo por una callejuela que nos llevó a una avenida y luego a la calle peatonal. Cruzando la plaza nos detuvieron dos jóvenes argentinas que iniciarían el camino desde allí el día siguiente. Esto es muy habitual y son muchos los peregrinos que hacen el camino desde Ribadeo a Santiago. A partir del día siguiente daríamos fe de esto ya que el casi solitario tránsito que veníamos haciendo desde Irun, se pobló de gran cantidad de peregrinos.

Eran apenas las doce, así que nos acomodamos en el hotel y luego salimos a caminar por el pueblo, nuestra meta era el restaurante que en el hotel nos habían recomendado y en el cual nos agasajaríamos con un exquisito pulpo y vino albariño. Después de una muy larga sobremesa salimos caminar otro rato. Finalmente fuimos a un supermercado para comprar algunas cosas y algo para el desayuno, lo tomaríamos en la habitación ya que nuestra idea era estar en el camino a las seis de la mañana y el bar no estaría abierto. Mientras hacíamos esas compras nos encontramos una vez más con Oscar y Jorge, los colombianos y charlamos un rato con ellos. Allí convinimos que el día siguiente cenaríamos juntos ya que coincidiríamos en la pensión en la que dormiríamos.

Después volvimos al hotel, a las ocho estábamos ya en la cama, la alarma sonaría a las 05 am.


Etapa 36: de Ribadeo a Lourenzá

Salimos de Ribadeo muy temprano y con amenaza de lluvia, enseguida empezamos a subir y aunque el ánimo lo teníamos muy alto nuestros físicos se quejaban un poco, queja que por supuesto desoímos disfrutando de la singular belleza y de lo apacible del entorno. A poco de andar charlamos un momento con una lugareña que nos preguntó de donde veníamos, luego al proseguir compartimos unos metros la marcha con una peregrina alemana. Siempre en subida y habiendo andado unos seis kilómetros llegamos a un pueblo llamado Vilela donde nos paramos a tomar un café, en el lugar había unos cuantos peregrinos.

Continuamos la marcha y enseguida nos metimos por un sendero forestal, después entre campos y bosques anduvimos a mitad de la ladera y con una ruta al costado. Mas adelante llegamos a un caserío y a partir de ahí, por campo, algo de asfalto y un bosque no paramos de subir hasta arribar a la altura máxima. Al llegar ahí apareció ante nuestra vista un hermoso valle con praderas y ganado. Nos había resultado muy grande el esfuerzo pero el premio lo justificó. Atravesamos un caserío y luego de una fuerte trepada llegamos a un pueblito con una bonita iglesia. Aprovechamos a parar y descansar mientras comíamos el habitual pincho, en el lugar había varios peregrinos y charlamos un rato con dos de Valencia, una mujer de 76 años que estaba haciendo su tercer camino, en esta ocasión partiendo de Ribadeo a la que acompañaba su hijo. A partir de ese momento nos volveríamos a cruzar con ellos en cada una de las etapas restantes, el último encuentro lo tendríamos en las escalinatas de la Catedral de Santiago cuando hacíamos la cola para entrar a la misa en la que se pondría en marcha el Botafumeiro.

Retomamos camino y por una pequeña carretera fuimos en bajada, con magníficas vistas de un valle, hasta un lugar llamado Gondán que cuenta con albergue. Por la misma carretera seguimos hasta el siguiente poblado. A esa altura el cielo estaba cada vez más cerrado y la amenaza de lluvia crecía. Por una calle subimos hasta meternos en un bosque de eucaliptus. Después por suelo de tierra anduvimos hasta una ruta que nos desembarcó en Lourenzá. Una vez allí buscamos la Casa Gloria y nos llevamos una agradable sorpresa al encontrarla, por la amabilidad de sus dueños, Isidro "El Core" y su hija Silvia y por lo confortable del lugar. Aprovechamos la existencia de lavarropas y lavamos nuestra ropa, una vez hecho esto se largo una lluvia que duró una hora. Durante ese rato vimos el desenlace del partido final del mundial, nos dio pena la derrota de Croacia por quien hinchábamos.

Después de eso oímos que llegaban Oscar y Jorge, fuimos a su encuentro y coordinamos para cenar.

Cerramos el día caminando un poco por Lourenzá y luego fuimos al restaurante, allí compartimos una muy amena conversación con Oscar y Jorge, ellos nos contaron las razones de su año sabático, los motivos por los que se fueran a vivir a Buenos Aires y el recorrido filosófico existencial que estaban transitando. Luego se sumó su amiga irlandesa, Katy. Este fue el último encuentro que tuvimos con ellos en el camino, pero estamos seguros de que no habrá sido el último. Conocerlos nos permitió revalidar la idea de que atender el anhelo de la búsqueda interior es un gesto que nos viste de libertad. Finalmente nos fuimos a descansar, había sido una etapa de gran esfuerzo en la que anduvimos más de treinta kilómetros.


Etapa 37: de Lourenzá a Mondoñedo

Habíamos planificado hacer esta etapa corta a modo de cuña entre dos muy largas, con mucho esfuerzo, pero no era esta la razón más importante, lo esencial era disponer de tiempo en Mondoñedo. Ese pueblo, que conocí acompañando a mi prima Isabel a la jefatura zonal de su tarea como veterinaria y luego presentando mi novela me resultó encantador. Después de ello regresé allí cada vez que la presentación de uno de mis libros me llevó a España. Tiene un encanto muy particular que me atrapó desde la primera vez y recorrer sus empinadas calles, visitar la Catedral, el seminario y descansar al lado de la estatua al escritor lugareño Álvaro Cunqueiro, contemplando junto a él la imponente belleza de la Catedral, es una rutina habitual en cada ocasión que voy. Sentarme a una mesa, en una mañana tibiamente soleada, para tomar algo, en la terraza del famoso O Rei das Tartas, con vistas a la Catedral, me produce una sensación de paz muy particular, es algo que no se definir muy bien pero de lo que siempre disfruto un montón. Mi prima siempre dice que ese pueblo se lleva muy bien conmigo ya que a pesar de las características del clima gallego nunca me llovió. En una de esas mesas surgió la idea de escribir Pompilio Madrigal, definiendo a Mondoñedo como el pueblo natal de Dana, su protagonista femenina y el sitio donde ocurre el hecho más trascendental de la historia. Cruzando la plaza está el Bar el Peregrino, y viendo pasar por allí a sellar su credencial a algún peregrino se despertó mi deseo de hacer el Camino del Norte. Desde ahí la llamé a Sara en abril de 2017 para proponerle esta aventura y luego que ella la aceptó compré en la oficina de Turismo las credenciales que usamos a lo largo del camino para acreditar los 815 kms recorridos.

Los diez kilómetros que median Lourenzá a Mondoñedo representaron un muy bonito recorrido. Arrancamos por un pintoresco sendero entre árboles, tuvimos la inevitable subida de cada día, cruzamos un caserío, un par de capillas, anduvimos un rato por nuestra vieja amiga la N634 y luego llegamos a Mondoñedo, al hotel donde nos alojaríamos. Dejamos las cosas allí y salimos a recorrer el lugar, sellamos las credenciales en donde las había comprado el año anterior, anduvimos pos sus calles, la catedral y luego de un rato fuimos a O Rei das Tartas y le mostré a Sara la foto de Alfonsin en ocasión de su visita a Galicia, después nos sentamos a tomar algo en la terraza del bar y acompañados de un tibio sol dejamos correr la tarde. Finalmente regresaríamos al hotel y descansamos hasta la hora de la cena. Mondoñedo ya formaba parte también de la memoria emotiva de Sara.


Etapa 38: de Mondoñedo a Abadin

Con la sensación de nostalgia en ciernes que me produce cada partida de ese sitio salimos de Mondoñedo. Avanzamos por una calle en subida que nos fue alejando de este hermoso pueblo. En la medida que trepábamos nos íbamos despidiendo del lugar pretendiendo grabar el momento en una instantánea, al hacerlo se me ocurrían unos versos, cosa que me hizo recordar aquello del poeta asturiano Gamoneda que dice que muchos poemas son hijos del instante.

Finalmente quedó fuera de nuestra vista y nos adentramos en una etapa muy exigente, con bastante subidas, ya que nos sacaría de la comarca A Mariña para llevarnos a la Terra Chá pasando los 560 metros de altura.

Entre algo de asfalto, caminos de tierra, pequeños bosques, verdes praderas, granjas, arroyuelos, zigzags, una muy pronunciada subida y fenomenales vistas de valles fuimos avanzando. La apacible belleza de lo que veíamos nos llevó a la inevitable calificación de esta como una de las etapas más bonitas. Salvo un caserío no encontramos nada hasta llegar a destino, en realidad a dos destinos, el primero de ellos Gontán, con albergue y el segundo, a pocos metros y pegado a este, Abadín el lugar donde nos alojaríamos en Casa Goás.

Como no había absolutamente nada que ver en el lugar descansamos hasta la hora de una temprana cena. En el salón comedor poblado de peregrinos y peregrinas a algunos, como la valenciana y su hijo, un grupo de japonesas y un alemán los habíamos ya cruzado, otros se incorporarían a las caras que volveríamos a ver. Disfrutamos de un muy generoso menú peregrino y luego a dormir.


Etapa 39: de Abadin a Villalba

Esta etapa sería distinta a todas las anteriores, la razón de esto era que en Villalba nos íbamos a encontrar con mi prima Isabel y su hija. Isabel es hija de un hermano de mi madre y por esas cuestiones de las separaciones familiares que produce el exilio, que en nuestro caso se generó como consecuencia de la guerra civil española, recién la conocí en el año 2010 cuando viajé a España para presentar mi novela Espejos de dolor, cuya historia precisamente se articula entre ese hecho y nuestra dictadura (al pie de esta entrada está el enlace a la posibilidad de leer el primer capítulo). Isabel vive en ese precioso pueblo gallego que es Viveiro, a partir del primer encuentro cada vez que viajé por la presentación de alguno de mis libros pasé a visitarla, e inclusive en un par de veces presenté un libro en un muy lindo bar de ese pueblo llamado La Biblioteca. Este año el encuentro lo tendríamos en Villalba ya que era el lugar que más cómodo le quedaba.

Como es habitual salimos por un camino en subida, en este caso de asfalto, después nos metimos por un muy lindo sendero herboso y más adelante cruzamos un río por un puente de madera.

Avanzamos un rato por un lugar muy pintoresco, una especie de túnel entre la vegetación, luego volvimos a cruzar un río por otro puente y llegamos a un poblado. Pasado el mismo llegamos a un lugar con mesas de piedra donde descansamos un rato, luego cruzamos el río por un puente de piedra muy antiguo y seguimos avanzando hasta llegar a nuestra vieja amiga la N634, en este caso el cruce con ella nos regaló la vista de una bonita iglesia con pináculos y su cementerio al lado. Desde aquí seguimos por asfalto algo de cinco kilómetros hasta llegar a Villalba. Nos alojamos en el hotel y nos dispusimos a aguardar la llegada de mi prima, esto sucedió al rato y a partir de allí nuestro paso por el Camino de Santiago se vistió de afecto y durante un largo rato fue creciendo la conversación que recorrió historias de la familia y anécdotas de nuestros encuentros y de las presentaciones de mis libros. Con la natural velocidad que pasan los buenos momentos se nos fueron las horas y una vez más nos despedimos con la promesa de un nuevo encuentro, ellas regresaron a Viveiro y nosotros nos fuimos a descansar para encarar la siguiente etapa.


Etapa 40: de Villalba a Baamonde

Al igual que otras, esta etapa tenía una característica que la diferenciaba ya que si bien el recorrido finalizaba en Baamonde no dormiríamos allí. En el análisis previo del camino y sus etapas descubrimos que a unos pocos kilómetros de Baamonde hay una casa rural llamada Bi Terra y viendo el entorno y la antigua edificación en la que funciona nos sedujo la idea de quedarnos allí. Como la misma esta equidistante a Baamonde, donde culmina esta etapa, y a A Roxica, donde empieza la siguiente, decidimos alojarnos dos noches en ese lugar. Para no trasgredir el espíritu peregrino salteando una etapa, sus dueños te van a buscar a Baamonde y al día siguiente te llevan de nuevo allí para que hagas el tramo completo, cuando llegás a A Roxica te van a buscar para regresarte a su casa. Al día siguiente te devuelven a A Roxica y continúas el camino. Un párrafo especial para sus dueños que son quienes te atienden: Nerea es una gallega encantadora y servicial y Javier un vasco de ley, excelente cocinero y con quien es un placer conversar, fue un lujo alojarnos allí y disfrutar de una comida excelente.

Yendo a la etapa la misma fue corta y muy placentera, con variaciones, senderos, caminos de tierra, corredoiras, casi nada de asfalto y con pocos desniveles. Nos sentíamos cargados de buena energía y con la excitación de saber que estábamos cada vez más cerca de la meta.

Poco cansados y habiendo disfrutado de la etapa y su paisaje llegamos a Baamonde y nos dirigimos al lugar donde a las 17 hs nos vendrían a buscar para llevarnos a Bi Terra. Ese sitio era el restaurante Galicia y decidimos almorzar allí, muy rica comida y abundantes platos. Cuando hacíamos la sobremesa su dueño se acercó a preguntarnos que tal habíamos comido y entablamos conversación. Nos recomendó que visitáramos a pocos metros de allí el castaño milenario que tiene una capilla en su interior a la que su tío el escultor Victor Corral diera forma, también hay allí una iglesia y un calvario. Como todavía faltaba para que nos vinieran buscar fuimos a verlo, un lugar muy bonito y singular, al pie dejo el enlace a su historia.

Después de eso volvimos al restaurante y allí estuvimos charlando con dos peregrinas asturianas, de Oviedo, a las que volveríamos a encontrar a la llegada a Santiago, luego de haber presentado nuestras credenciales para obtener el certificado de haber hecho el camino. Ellas estaban alojadas en el albergue de Baamonde.

Finalmente Javier vino a buscarnos y nos llevó a su casa, cuando llegamos validamos haber tomado esa opción, el sitio y su entorno son encantadores. Nos acomodamos y luego nos sentamos en el parque, allí charlamos con dos matrimonios de Getafe y el hijo de uno de ellos que también estaban haciendo el camino. También los volveríamos a ver en el tramo que faltaba y coincidiríamos con ellos en Santiago, certificado en mano luego de presentar las credenciales. Después Nerea abrió el comedor y disfrutamos de unas exquisitas zamburriñas y un plato de bacalao para chuparse los dedos. Dejo también al pie el enlace a su página.


Etapa 41: de Baamonde a A Roxica

Luego de un exquisito desayuno preparado por Nerea, Javier nos acercó a Baamonde y allí retomamos la etapa. Filmamos un video frente a una bonita laguna y emprendimos la marcha. La novedad era que por primera vez íbamos sin mochila ya que como volveríamos a dormir a Bi Terra la dejamos allí. Esto sin duda alivianó el tránsito de los 25 kilómetros con un perfil muy quebrado que recorrimos.

Lo más interesante y llamativo de la jornada fue el sellado de la credencial que hicimos en Xeixon en la casa de Francisco Javier Lopez Chacón un artista de la escultura que utiliza este arte como forma de libertad y trabaja en todo tipo de materiales, ofreciendo rostros humanos sobre granito, cuarzo, piedra o madera. El sellado que hace de la credencial es ya una muestra de artesanía. En lo personal no pude evitar conmoverme cuando vi en el fondo de su taller un mastil con la bandera Republicana. Esto abrió la conversación hacia otros territorios prolongando la charla un rato más.

Fue esta una etapa en la que anduvimos por caminos de asfalto y tierra, en un entorno rural y bastante solitario. A los quince kms, en Miraz, comimos el habitual pincho en un bar a pie de camino. Luego encaramos el último tramo y llegamos a A Roxica donde Javier nos recogió para llevarnos a Bi Terra.

Una nueva y deliciosa cena matizada por la conversación coronó la segunda noche de alojamiento. Al día siguiente, mochila al hombro continuaríamos camino.


Etapa 42: de A Roxica a Boimorto

Etapa larga, de alrededor de treinta kilómetros, con un par de subidas fuertes en la primera parte, en una de ellas alcanzamos la altura máxima del Camino del Norte: 710 mts. En su recorrido predominó el asfalto y cruzamos un montón de caseríos. La estrella de la jornada la configuró el pueblo de Sobrado dos Monxes con su increible monasterio de la orden cisterciense de cuya existencia hay rastros en el siglo X. Allí funciona un albergue para peregrinos muy demandado y donde es difícil conseguir alojamiento. Nosotros fuimos a la portería donde nos recibió el Hermano Santiago, quien nos proporcionó información sobre el lugar y nos indicó como llevar adelante la visita turística. La conversación con él se extendió un rato cuando nos identificamos con Tandil ya que nos contó que había estado en el Monasterio de La Trapa ubicado en Azul y al que yo conocía por haber efectuado en mi juventud una visita.

Luego de esto ingresamos y nos dejamos llevar a un viaje en el tiempo y por la historia, es un lugar atrapante que te invita a quedarte. Nosotros recorrimos todos los espacios habilitados y disfrutamos mucho de la visita. Ese día se iba a celebrar allí un casamiento (mucha gente, incluso de lejanos lugares, va a allí a casarse) y había mucho movimiento en la capilla lo que cortaba un poco el natural silencio del lugar.

Finalizada la visita salimos y comimos el pincho en un bar del pueblo, mientras lo hacíamos nos llegó un WhatsApp nuestros amigos los colombianos con una foto de su llegada al Obradoiro, cosa que nos alegró mucho. Luego, con la lluvia amenazando llegamos a Boimorto, al albergue Casa da Gándara. Allí nos atendió con gran amabilidad su dueña quien nos dijo que el único lugar para cenar estaba algo lejos en la ruta, a la entrada, y se ofreció a llevarnos para que solo nos quedase caminar el retorno. Le aceptamos la oferta y a las siete y media salimos para allí donde disfrutamos de un muy abundante menú peregrino.

Finalizada la sobremesa iniciamos el regreso al albergue. Como dato de color, poco antes de llegar al albergue entramos a un pequeño almacén a comprar un par de naranjas y unas golosinas. Su dueña nos identificó rápidamente como argentinos y nos dijo que tenía familia en Florencio Varela y que según le contaban la estaban pasando muy mal con el gobierno actual. Establecida nuestra coincidencia ideológica con su pensamiento se despachó a su gusto. Su antipatía por el PP se manifestaba en cada palabra y nos causó mucha simpatía escucharla llamar a los simpatizantes de ese partido como "los peposos". Nos despedimos de ella y nos fuimos en busca del descanso, entre la etapa y el recorrido del restaurante al albergue habíamos caminado treinta y tres kms.


Etapa 43: de Boimorto a Arzúa

Etapa muy corta, diez kilómetros, cuando ya llevábamos andados poco mas de ochocientos kilómetros esto era de agradecer. Tenía también otra particularidad, era la última que haríamos por el Camino del Norte ya que al llegar a Arzúa desembocaríamos en el Camino Francés. Santiago de Compostela estaba a la vuelta de un paso, sabíamos que íbamos a llegar y esto renovaba nuestras energías.

No por corta la etapa dejó de ser bonita, anduvimos por solitarios caminos de asfalto rodeados de árboles y del canto de los pájaros.

Finalmente llegamos a Arzúa y entramos al lugar por una ancha avenida, de ese modo y sin una señal o mojón que lo indique habíamos desembocado en el Camino Francés. Ese domingo había mercadillo y el pueblo bullía de gente y puestos. También había gran cantidad de peregrinos, inusitado para nosotros que veníamos acostumbrados a la placidez del Camino del Norte, evidentemente el Francés es el más tomado, sobre todo la variante corta de los cien kilómetros que se exigen para dar por hecho el Camino y que arranca en Sarría.

Comimos algo en un bar y luego nos alojamos en La Casona de Nené, un confortable lugar. Después salimos a caminar un rato por el pueblo, tomamos un helado y un café y a la noche cenamos en un restaurante que Nené tiene a pocas cuadras del alojamiento.

En Arzúa recibimos con gran alegría la noticia de que, Oscar y Jorge, nuestros amigos colombianos, habían llegado a Santiago.


Etapa 44: de Arzúa a O Pedrouzo

Salimos más tarde de lo habitual, era una etapa supertranquila, de escasos desniveles, anduvimos por pistas forestales muy bonitas y al andarla cruzamos bosques y praderas. Lo más lindo fue un bosque de robles y castaños por el que pasamos a poco de salir.

La emoción de saber que estábamos tan cerca de Santiago nos hacía acelerar el paso y nuestra conversación se centraba en imaginar cómo sería el sentir al llegar a la plaza del Obradoiro, esa meta que veníamos buscando desde cuarenta y cuatro días atrás.

Llegamos a O Pedrouzo a la tarde, nos alojamos y salimos a caminar un poco por el pueblo. Tomamos un café en un muy bonito bar y luego de un rato, empujados por las ganas de que llegara el día siguiente para iniciar la etapa más buscada, nos fuimos a cenar. En el brindis de la foto se empieza a insinuar la alegría que presentíamos nos embargaría en unas horas.


Etapa 45: ¡Entrada al Obradoiro!

Empujados por el entusiasmo de la llegada nos levantamos antes del amanecer, desayunamos y con las primeras luces del día nos pusimos en marcha. Esa sensación entre pecho y espalda que produce la excitación nos acompañaba. Aquello que habíamos imaginado tantas veces durante el año de entrenamiento en el Parque Sarmiento y que se fuera configurando durante los últimos cuarenta y cuatro días estaba por ocurrir: ¡en 19 kilómetros estaríamos llegando a Santiago de Compostela!

Salimos por un precioso sendero que, generoso, ofició de despedida de los tantos que con mucha belleza habíamos atravesado. El camino estaba superpoblado de peregrinas y peregrinos que caminaban con el mismo entusiasmo que nosotros. Nos cruzamos con varios conocidos: los matrimonios de Getafe, la madre de Valencia con su hijo, las dos mujeres de Avilés y otros con los cuales si bien no habláramos nos habíamos cruzado en las últimas etapas. Cada quien manifestaba la alegría de distinta manera: conversando animadamente, riendo o cantando, nosotros atravesamos todos esos estadios.

Hicimos la parada obligada en el Monte do Gozo, precioso lugar con hermosas vistas. Allí nos entrevistaron para la televisión, a la noche, Nerea, de la Casa Rural de Bi Terra nos envió un mensaje diciéndonos que nos había visto.

A partir de allí iniciamos el descenso hacia Santiago, esos cuatro kilómetros se nos hicieron cuatro cuadras y los ocho kilos de la mochila se convirtieron en ochocientos gramos.

Una vez cruzada la ciudad se prrodujo la maravilla y desembocamos en el puerto tan ansiado: ¡el Obradoiro! Éramos muchos viviendo lo mismo, la casualidad hizo que un sonar de trompetas nos diera la bienvenida. Cumplimos la tradicional ceremonia y subimos las escalinatas de la Catedral. Todo era alegría y felicidad, sacábamos fotos y filmábamos como queriendo perpetuar el momento e íbamos de la risa al quiebre de voz que preanuncia el llanto. Mi intención de poner en palabra escrita la intensa emoción que vivimos se vuelve muy trabajosa, por no decir imposible.

En ese momento se cruzaban por mi cabeza muchas cosas, la analogía vital que hacer el camino me ofrecía con relación a los más de cincuenta años que por la vida venimos caminando juntos con Sara. Conocer Santiago de Compostela me traía el recuerdo de los relatos de mi madre sobre los años que pasó en esta ciudad bregando por el indulto de mi abuelo, encarcelado en la prisión local por el franquismo, lo que me contaba mi tía abuela Pilar que junto a Manuel, primo de mi vieja, la acompañaron. Él era estudiante de farmacia y como tal formó parte de la tuna de la Facultad de Farmacia. Me llegaba desde muy lejos la voz de mi tía abuela cantando "cuando la tuna te de serenatas, no te enamores..."

Y por sobre todo esto la esperanza de futuro que te entrega un suceso tan movilizante como este. Mucha, pero mucha emoción movilizando todo.

Una vez que la intensidad del momento comenzó a ceder nos fuimos a la Oficina de Recepción para presentar nuestras credenciales selladas y obtener así los diplomas de haber hecho el camino y el del camino hecho y la cantidad de kilómetros del mismo recorridos, en nuestro caso la felicidad de que ese número mostrara la totalidad del recorrido: ¡815 kms!

Luego vino la despedida de los que estaban allí con nosotros, como la valenciana y su hijo, las amigas asturianas de Avilés y los matrimonios de Getafe y el hijo de uno de ellos. Con estos últimos y para rubricar el momento nos sacamos una foto.

De allí nos dirigimos al hotel donde nos hospedaríamos las dos noches siguientes y que estaba ubicado a cien metros de la catedral.

Después de haber descansado un rato salimos a pasear, ya sin mochilas, y compramos algunos recuerdos. Más tarde entramos a la Catedral, la visitamos, vimos el sepulcro del Apostol y cumplimos el ritual de subir las escalinatas del altar para abrazar a Santiago por detrás.

A la noche fuimos a por nuestro menú peregrino. Esa no era una noche cualquiera, el día siguiente era el día de Santiago y eso se celebraba en la víspera entre fuegos de artificio, proyecciones en las paredes de la Catedral y espectáculos varios. Todo nos sabía a celebración y festejo. No habíamos elegido llegar en esa fecha, eso se produjo de casualidad y lo descubrimos un tiempo antes de emprender el viaje. Finalmente, cansados, nos fuimos a dormir, todavía nos quedaba a la mañana siguiente ir a la misa principal para ver en acción al Botafumeiro.


El día después del Camino de Santiago o las distintas conjugaciones del verbo peregrinar

Desde lo territorial, el día después de haber hecho el camino nos representó realizar una larga cola para entrar a la Catedral, a la misa principal en la que entraría en acción el Botafumeiro. Había un clima especial, al ser el día del Apóstol estaban las más importantes autoridades eclesiásticas, el presidente de la Xunta de Galicia, personalidades de la ciudad y pobladores. También estaba ese singular y heterogéneo grupo que conformábamos peregrinas y peregrinos, subdivididos entre quienes habían hecho el camino por su fe religiosa y los que, como nosotros, lo hiciéramos por razones culturales y para superar el desafío de correr los límites. Más allá de las motivaciones por las que todos estábamos ahí fue un momento impresionante, de esos que se atesoran y ver el vuelo del Botafumeiro, que dura mucho más que lo que filmé, una experiencia inolvidable.

Al inicio de este diario, en la primera entrada decía yo que describir el camino era mucho más difícil que caminarlo. Hoy, al terminar de escribirlo, valido aquello que dije. Lo que si puedo intentar hacer es describir lo que llevar a cabo esta peregrinación nos produjo.

Durante esos cuarenta y cinco días tuvimos una maravillosa sensación de libertad y nos invadía permanentemente la paradojal idea de que, a pesar de estar en diario movimiento, habíamos detenido el tiempo. Validamos también aquello que leyéramos allá por Ribadesella de que el Camino es la vida misma.

Nos resultaba difícil alejar estos temas de nuestra conversación y durante la cena seguíamos enganchados, habían sido de gran esfuerzo esas seis semanas y media y muchas de las jornadas nos habían dejado importantes huellas, nos sentíamos plenos de bellos paisajes, conjuntos monumentales históricos y enriquecidos por el conocimiento de tantas personas sumado a la construcción de tantísimas anécdotas que serían temas de conversación en ruedas de familia y/o amistades.

Dentro de ese anecdotario emergió en la charla el recuerdo de Luis, aquel peregrino y filosofo con el que conversáramos un rato en Hazas Liendo, allá en Cantabria, que nos dijo que el Camino provocaba adicción, que una vez en casa sentiríamos profunda nostalgia de este y que sin ninguna duda regresaríamos para hacer otro. Y estaba en lo cierto...


    Camino Portugués de la Costa 

Al año siguiente, tal como lo anunciara Luis en aquel encuentro en Hazas Liendo, atendiendo el anhelo de regresar, hicimos el Camino Portugués de la Costa. Fueron diecinueve inolvidables días cargados de emociones y bellos paisajes. Emprendimos el regreso a Buenos Aires, prometiéndonos volver para hacer el Camino Francés partiendo de Saint Jean Pied de Port.


Camino Francés

La pandemia y otras circunstancias nos obligó en los años 2020 y 2021 a posponer el anhelo de recorrer el Camino Francés. No obstante, ese sueño sigue vivo y como hacen los buenos proyectos permanece en nuestro horizonte alargando la vida. Más temprano que tarde lo recorreremos.